Además del ramito de violetas de Cecilia, noviembre siempre trae los libros del Premio Planeta que sirven para regalarlos en Navidad. Pero este año, pese ... a la falta de lluvias, hay una espléndida cosecha de letra impresa encuadernada, en la que sobresale el libro titulado 'Reconciliación', del emérito rey Juan Carlos. Como no hay dos sin tres le siguen los ejemplares del 'Manual de convivencia' de Juanma Moreno Bonilla y el titulado 'Política para políticos' de Mariano Rajoy.
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Hay más libros de políticos o sobre políticos... y otras hierbas, como el de Rubiales, que inundarán los escaparates de las librerías, pero sería aburrido reseñarlos todos. Tampoco faltan a su cita anual Juan Eslava Galán, con 'Amor y Sexo en España, contado para escépticos', y el incombustible Arguiñano con un montón de recetas que, a su parecer, nunca fallan. No es por incordiar, pero si digo que en estos y otros de similar estilo, que se anuncian para estas fechas, hay más paja que grano, creo que no me equivoco. Aunque algunos apasionan, otros podrían servir para las gallinas enjauladas a causa de la gripe aviar. Pero no debo olvidar que sobre gustos no hay nada escrito.
Para seguir con libros y lecturas a fin de recuperar la placidez perdida, digo que hoy podría ser un buen día para acercarnos a la feria del libro viejo y de ocasión antes de que la cierren. Han estado expuestos más de dos semanas esos libros que han salido a la calle para calentarse un poco y para buscar nuevos propietarios que sepan acariciar sus lomos y pasar con suavidad sus hojas. Muchos de esos ejemplares han tenido más de un dueño y a algunos les han ayudado a ganar unas oposiciones. Hay otros que aún no se han abierto y esperan con infinita paciencia que alguien los adquiera y se recree en el placer de la lectura.
Un libro es un viaje al interior de la belleza y la palabra. El paisaje que se encierra en ellos es como un cuadrado repleto de letras por donde la imaginación y los sentidos pueden viajar a placer. Frente a la hornada de memorias con que nos amenazan ahora, les puedo asegurar que el viaje que les propongo apenas se nota en los ojos cuando los carga el esfuerzo realizado para adivinar conceptos o sentires.
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Con el repaso a los libros bobos y a los que se resisten a terminar en la basura me he liado tanto que casi se me olvida aquella madrugada ya borrosa de la que el próximo jueves se cumplirán cincuenta años. Mi redactor-jefe, Rafael García Manzano, y un servidor llevábamos ya cuarenta noches en la redacción de IDEAL esperando que llegara la gran noticia. Para matar el tiempo jugábamos a las cartas con Andrés Torres, encargado de los teletipos, el regente de talleres, Miguel Barrera, y el cajista Antoñito. Esa noche, en vez del póquer con baraja francesa, optamos por la española para jugar a las siete y media. Un entretenimiento que, al decir de Muñoz Seca, «es un juego vil, que no hay que jugarlo a ciegas, pues juegas cien veces, mil, y de las mil ves febril que o te pasas o no llegas. Y el no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Mas ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor!». Resultó que aquella noche, nada más repartir las cartas, comenzó a sonar el teletipo anunciando la muerte que habíamos esperado durante cuarenta noches. No sé si contarle a Bolaños lo de aquellas timbas de madrugada. Han pasado tantos años que ya ni recuerdo si era una peseta o dos lo que aportábamos en cada jugada. Es lo que tiene la memoria histórica de aquella época, que ya sólo se acuerdan los que no la vivieron.
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