Aquellas dolorosas imágenes de madres con niños asustados y abuelas enlutadas que tanto nos impactaron cuando comenzó el éxodo ucraniano son ya ceniza, polvo y ... olvido. Hace tres años los horrores de la guerra de Ucrania despertaron una oleada de solidaridad hacia los agredidos. Pero todo cambia. El amo de todas las Rusias y el señor del pelo amarillo que ha ganado las elecciones en Estados Unidos han decidido acabar con ese conflicto, tras más de mil días de guerra, y sólo les falta decir eso de «que el último apague la luz». La OTAN y la UE quemarán estos días toneladas de energía en palabras altisonantes y protestas hueras, y Zelenski entenderá de repente que lo de 'amigos para siempre' no es más que una canción de Los Manolos. El presidente ucraniano sabe que la OTAN tiene al neerlandés Mark Rutte como secretario general, pero sabe también que quien parte el bacalao es Estados Unidos. Y, por supuesto, no ignora que la Unión Europea es una entelequia, que cada vez pinta menos en la política global, y va camino de convertirse en un sumidero de dinero, ineficacia, farfolla y burocracia.
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Doña Ursula von der Leyen convocó el viernes una conferencia de seguridad en Munich –la ciudad en la que el inglés Chamberlain y el francés Daladier se bajaron los pantalones ante Hitler– para que los países miembros incrementen «sustancialmente su gasto en Defensa». Hubo, por supuesto, asentimiento general porque en el prometer no hay engaño. La realidad es ya otra cosa. No hay que ser un lince para darse cuenta de lo poco que tiene que ver esta UE con aquella fabulosa idea de los padres fundadores de la CE, embrión de la nueva Europa. Jean Monnet, Robert Schuman, Konrad Adenauer, Alcide de Garperi o Paul-Henri Spaak, y alguno más que ahora no recuerdo, fueron los defensores de la libertad, la democracia, la igualdad, la dignidad humana, el estado de Derecho, la solidaridad y la protección para todos. Qué bien sonaba todo eso y qué bien nos hubiera ido de haberse respetado por todos los países.
No pudo ser y el ocaso de Europa es ya tan imparable como evidente. Ojalá me equivoque, pero que «la solidaridad» no funciona lo van a poder certificar muy pronto los ucranianos. Y si nos centramos en España, tampoco es que estemos para tirar cohetes en lo tocante a la defensa de la libertad o el estado de Derecho. El bombardeo diario al Poder Judicial, que socava ese estado de Derecho, lo oímos hasta los sordos. En cuanto a los ataques a la libertad, estamos viendo cómo engorda ese vicio milenario de la censura, una planta nociva que crece en terrenos abonados por chivatos, delatores y acusicas. En ese jardín venenoso, los nuevos inquisidores disfrutan haciéndonos vivir en una atmósfera irrespirable, que trae aparejados el miedo, el recelo y la angustia. El miedo a la libertad es el peor de los miedos y están consiguiendo que la gente lo asuma. Ese miedo es el fantasma que descoyunta las relaciones sociales, el muro que convierte en presunto enemigo a cualquier ciudadano que se salga de la línea marcada por los gerifaltes y sus voceros. Las redes han venido en ayuda de estos energúmenos, que están consiguiendo eliminar la libertad de expresión, fijando unilateralmente lo que es políticamente correcto y lo que debe ser censurado y perseguido. Son maestros en castrar el pensamiento libre y en engordar al rebaño obediente y pastueño, que sigue las consignas y los lemas del jefe sin osar cuestionarlos. Ellos no recuerdan cuándo se les oxidó el cerebro dejándolos incapacitados para tener criterio, formar opiniones y tomar decisiones. Y yo he perdido la cuenta de cuántas veces he sentido vergüenza ajena al oírlos, pero sigo pensando, como Cervantes, que «por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida».
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