Puerta Real

Las cenizas del poeta

El tiempo pasará sin que su plaza –donde Rafael Guillén pensó escribir una égloga– esté terminada

Esteban de las Heras Balbás

Sábado, 8 de junio 2024, 23:21

Mañana, a la una de la tarde, las cenizas del poeta Rafael Guillén serán depositadas en el Panteón de Personas Ilustres del cementerio de San ... José de Granada. Ya han pasado trece meses de su muerte y, por lo visto, en el Ayuntamiento hay tal carga de trabajo que no han tenido tiempo material hasta ahora para saldar esta cuenta que la ciudad tenía pendiente. Si las cosas de palacio van despacio, más lentas van las cosas en el antiguo convento del Carmen, actual sede del consistorio granadino. Rafael y su memoria se merecían más presteza, pero ya sabemos que los relojes oficiales en Granada van a su aire.

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Guillén me fascinó como poeta, pero más todavía como amigo. En uno de nuestros encuentros en Las Titas, donde siempre recordábamos que había que cuidar la Tierra porque es el único planeta con vino, estuvimos hablando de las musarañas que se esconden detrás de los libros, de los abuelos que se quedan olvidados como las macetas detrás de las persianas o las puertas cuando llega el verano, de su larga pasión viajera y de su incombustible amor a Nina. Aquel día se oían cerca las notas desganadas y tristes de un acordeón. La piel acecinada y gris del músico rumano nos trajo la imagen olvidada de otros días, del tiempo aquel en que las abuelas olían a membrillo y las tardes a espliego quemado en el brasero. Recuerdos de la edad del frío y las penurias, de los días con más horas que panes y más rezos que bailes en las plazas; cuando aún faltaban lustros para el primer cinco a las cinco en Fuentevaqueros. Rafael era memoria viva de aquella Granada que quería desprenderse del olor a pólvora e incienso, que impregnaba la ropa de la gente tras la guerra, y que anhelaba olvidar sus atroces heridas. Él fue quien, junto a Pepe G. Ladrón de Guevara, hizo girar al Sur poemas y veletas para sembrar en aquella paramera cultural de la posguerra inquietudes, elegías y esperanzas. Lo contó así en su discurso de recepción pública en la Academia de Buenas Letras de Granada el 6 de octubre de 2003: «En nuestra bella ciudad se produjo tras la tragedia ese denso silencio que sigue a una explosión, a un cataclismo… Un silencio que duró casi veinte años, hasta que nosotros, los jóvenes que padecimos una represión y una postguerra que, por desgracia, sí fue la nuestra, tuvimos uso de razón poética y pudimos romperlo». En su 'Tiempos de vino y poesía', Rafael nos habló de los «duros y maravillosos tiempos en que la juventud, nuestra juventud de vino blanco y bocadillo, se inventaba a diario una razón para vivir o comprobaba en las venas que para estar hermosamente vivo no hacía falta razón alguna». Ahora sus cenizas y las de Pepe G. Ladrón de Guevara podrán rememorar su etapa juvenil por las tabernas del Albaicín, las sillas del Café Suizo o las reboticas de madrugadas largas y breves sueños.

Evocarán el mundo que vivieron y sus andanzas largas de ingenio y cortas de posibles. Volverán a encontrarse con el viejo de estopa y cuero que bajaba bordeando bancales camino de Atalbéitar, en cuyos ojos azules no había preguntas. «Le queda la eternidad entera para que alguien le explique qué es esto de la vida», escribió Rafael. Y el tiempo pasará sin que su plaza –donde el poeta pensó escribir una égloga antes de que alguien, en el mismo banco, escribiera su elegía– esté terminada. No pudo verla. Los restos de la villa romana allí aparecidos sirven de excusa para demorar las obras varios años más. Me queda la certeza de que el incombustible Miguel Ríos sí vivirá para contarlo.

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