España no colonizó América
Todos los tiranos y caudillos criminales que saquean casi toda Latinoamérica y la tienen sumida en una dictadura cruel de pobreza, miseria, violencia y exilio distraen a sus ciudadanos con nuevos canales de odio y malestar contra España y los españoles
Como cada 12 de octubre una mezcla de entre ignorancia y sectarismo se combinan en dosis letales para no solamente la verdad histórica sino para ... un presente lejos de histerias. Ya no se trata de presentar una visión del pasado colonial absolutamente deformada y falseada que ensalza supuestas glorias indígenas de nulo rigor empírico. Todos los tiranos y caudillos criminales que saquean casi toda Latinoamérica y la tienen sumida en una dictadura cruel de pobreza, miseria, violencia y exilio, han encontrado en el descubrimiento de Colón una nueva carta populista que jugar para distraer a sus ciudadanos y abrir nuevos canales de odio y malestar contra España y los españoles: el primer paso es exigir que pidamos perdón por la conquista, y una vez que todos asumamos que Pizarro fue un genocida y un saqueador podrá llegar la reparación. Porque después de aceptar la mentira viene el peaje a pagar en la penitencia.
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Una de las ventajas con que cuentan los propagadores del nuevo indigenismo antiespañol es que no necesitan demostrar absolutamente nada, porque vivimos en esa época donde los hechos, la verdad como objetivo científico, deja de existir cuando los sentimientos motivan cualquier discurso. Veía, así, a diversos historiadores, algunos de ellos incluso sudamericanos, intentando explicar con datos y documentos históricos que toda la propaganda anti descubrimiento propagada por la narcodictadura bolivariana y amparada por el comunicado bochornoso de la Casa Blanca eran patrañas sin un mínimo rigor. Es cierto que en los últimos años se ha ido produciendo una especie de contra movimiento de intelectuales dispuestos a perder el tiempo que les quede en su carrera recordando a Francisco de Vitoria, las leyes de Indias, la Junta de Valladolid, Fray Bartolomé de las Casas, el legado institucional y cultural que dejaron los españoles en los territorios conquistados, etc… pero esto poco interesa a un continente que parece condenado a la miseria social, a la corrupción institucional y a la violencia estructural, de cuyos males han decidido culpar a los españoles de hace 500 años, iniciando así un proceso de borrado de ese pasado y reescritura entre la fantasía y la farsa sobre un paraíso indígena pre hispano que nunca llegó a existir.
Leyendo, en este sentido, diversas cruzadas contra las estatuas de Colón, de los Reyes Católicos o el temor a que profanen la tumba de Hernán Cortés, se produce en México una escena tan ridícula como ejemplar de todo lo que está pasando a raíz de esta nueva moda histérica. Se trata del remplazo en Ciudad de México del monumento a Cristóbal Colón que lucía en una de sus calles principales. Después de juntarse un comité de expertos –no sé si tan cierto como el de la desescalada de Largo Sánchez– decidieron poner en su lugar la escultura de una mujer indígena llamada Tlali. ¿Cuál fue el problema? Que después de colocada aparece otra polémica porque esta escultura había sido esculpida ¡por un hombre! que ni siquiera había consultado a los pueblos originarios. A los pueblos originarios de hace más de 600 años. Tras esto se colocó, momentáneamente, una nueva figura de mujer con el puño en alto pintado de morado. Pero esto tampoco terminaba de convencer a las élites políticas y culturales mexicanas tan excelsas y partidarias de la reparación histérica. Finalmente se ha elegido a la joven de Amajac, una indígena que según la autoridad competente «hará que se saque de la mente de los mexicanos el clasismo y racismo que permea en esta versión histórica» (la del 12 de octubre).
Por supuesto que todo este revisionismo y circos de odio son ridículos y lo serán, porque se basan en un nuevo negocio político-cultural creado por una elite corrupta e incapaz que solo tienen a su alcance dedicarse al pasado. Y la expresión citada anteriormente «sacar de la mente» es un testigo fiel de la descomposición de un mundo sometido al capricho infame de una clase dirigente –y no solo la política– que pretende cegar al pueblo con sus luchas inaplazables contra Pizarro, allí, y contra Franco, aquí.
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