No sé si cuando hace un par de semanas vino Santiago Abascal a Almería alguien le dijo que estaba en una de las provincias más ... solidarias y acogedoras del país. Seguro que alguno le contó el chascarrillo ese de que en Almería el sol pasa el invierno, pero se le olvidó decirle que en esta provincia es imposible sentirse un extraño. No, seguramente nadie se lo dijo. Sí le habrían contado que aquí hay muchos inmigrantes que vienen en patera y que entran en España/Europa y a partir de ahí habría pensado el buen hombre este que los que vienen lo hacen a delinquir, a robar, a violar, a cometer actos vandálicos que nos rompen la tranquilidad y el sosiego del día a día que se vive en este rincón. Lo que seguramente no le contaron es que frente a la costa de esta provincia en la que todo el mundo es bien recibido, también él y su propuesta a la presidencia de la Junta de Andalucía, Macarena Olona, granadina de residencia o cunera como decimos aquí, descansan decenas de cadáveres de personas que intentaron llegar a la península con sueños de triunfo y de vivir una vida mejor o, cuando menos, una vida digna. Y que sus sueños se hundieron junto a la patera en el Mediterráneo. Sus sueños y su futuro. Y yo le diría a Santiago Abascal que la gran mayoría de esos que allí se ahogaron no venían a delinquir, ni a robar, ni a violar; venían a trabajar y a forjarse un futuro como el que me forjé yo cuando me vine de Navarra buscando trabajo con la diferencia de que yo no era negro o musulmán, sino blanco y español.
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Tras escupir por su boca toda una retahíla de descalificaciones y excesos contra los inmigrantes y asegurar que «el multiculturalismo sólo ha provocado el auge del fundamentalismo islámico con imanes radicales con intolerancia hacia las mujeres y hacia homosexuales y con formación de guetos», Abascal aseguró que «nosotros no creemos en la España del desasosiego y de los machetazos. Queremos una España tranquila y en orden. Una España alegre como la que han vivido nuestros padres».
Antes de que perdiera la razón y los recuerdos pregunté a mi madre que si le gustaría volver a los 30 años (no si en ese momento quisiera tener 30 años no, sino si le gustaría volver a esa España alegre de la que habla Abascal cuando ella tenía 30 años). No me hizo una peineta porque no era de hacer peinetas, pero mi madre dijo que de eso nada. Ciertamente mi madre murió anciana y vivió la guerra y la posguerra, pero como en aquel entonces el destino nacional lo comandaba Franco imagino que a Abascal eso le parecerá también alegre y muy sosegante. Pues no sé yo si a mi madre eso le parecía que era así. Salió del pueblo de muy jovencita y se puso a trabajar en la casa de una familia pudiente en la capital. Allí tuvo la fortuna, o no, de conocer al que después sería mi padre con el que estuvo de novios varios años. Ella recordaba cuando salían en parejas y los hombres entraban en los bares a tomar sus vinos y las mujeres los esperaban fuera. Todo muy divertido en la España aquella alegre que añora Abascal. Mi madre dedicó su vida a su marido, a sus hijos y a su casa (no sé si por ese orden). Tuvo ocho hijos (nunca le llegué a preguntar sobre lo alegres y satisfactorias que fueron sus relaciones sexuales), de los que cuatro fueron abortos naturales. Y se divirtió muchísimo. En verano íbamos, primero a bañarnos al río, y cuando en la piscina dejaron entrar a las mujeres pues allí que nos fuimos. Y allí comíamos con alegría y apetito la comida que mi madre se había tirado toda la mañana cocinando en casa para que su marido y sus cuatro vástagos en aquella España tan alegre disfrutaran. Y cuando volvíamos a casa mi madre y mi hermana fregaban todo lo utilizado mientras los otros tres hijos y el cabeza de familia descansaban de tanta alegría impregnada de cloro que llevábamos en el cuerpo. Y en invierno comíamos en la cocina, pero terminábamos antes de que mi padre llegara a casa no fuera que los chiquillos le molestaran mientras comía después de una jornada de duro trabajo, aunque a mi madre le quedara todavía otra media jornada porque en la España alegre de entonces las jornadas laborales de las madres eran de 24 horas.
Cuando se casó, mi madre dejó de ser Elizondo para pasar a ser 'de Iturbide', pero eso sí con alegre sometimiento. Y menos mal que mi padre no era excesivamente machista, aunque era hombre y en aquella España alegre de Santiago Abascal el hombre era el hombre y no hay más que hablar.
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No, señor Abascal, mi madre no quería volver a esa España tan alegre de la que usted habla y seguro estoy que si le hubiesen dado a elegir habría preferido nacer en la España del desasosiego y los machetazos. Hágase un favor y piense antes de abrir la boca. O mejor, no la abra.
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