La conversación entre el director y los alumnos era un clásico en los pasillos del Instituto. «Fumar es malo para la salud». El estudiante perjuraba – ... en cualesquiera de las dos acepciones del verbo– que no tenía nada que ver con el fumeteo. «Llevas en el bolsillo trasero del vaquero un paquete de tabaco». Volvía a negar. «Si no es un paquete de tabaco, debe de ser algo de forma y tamaño similar. Tendré que confiscarlo». Consciente, entonces sí, del problema, el alumno apresuradamente «lleva usted razón. Un paquete de tabaco. Lo guardo enseguida y dejo el tabaco». Por los pelos se había salvado de quedarse sin el móvil. Mi despedida era resignada e irónica: «vete y no peques más».
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Los niños pequeños cierran los ojos o se tapan con la sábana ante los terrores nocturnos. No es la manera de ahuyentar el miedo. Aunque las autoridades educativas y los padres, imbuidos de la infantilización de sus tutorados, pretenden resolver de un modo similar la cuestión de los móviles en los centros de enseñanza. Sea de aplicación la ley seca. El Consejo Escolar de Andalucía aconseja prohibir «cualquier tipo de uso del móvil y otros dispositivos personales análogos hasta segundo de la ESO inclusive». A partir de tercero de la ESO recomienda «limitar su uso en la jornada escolar a determinados momentos puntuales con fines exclusivamente didácticos y con criterios pedagógicos debidamente justificados en el proyecto educativo de los centros». Veinte segundos después del timbre que indica el final de las clases, los móviles lucen en las manos de los alumnos. Algún profesor, de los antiguos, de los que se saben los diálogos de Casablanca, murmurará «¡qué escándalo! He descubierto que en este local se juega».
La medida contará con adeptos. Los padres, incapaces de ejercer su obligada autoridad, estimarán que su cuota de responsabilidad ha sido cubierta. El uso que sus vástagos en la madrugada hagan del artefacto queda exento de su control. Es el mismo criterio negacionista que suele utilizarse sobre la educación sexual de los adolescentes: en España nadie folla hasta por lo menos los veinticinco.
Asentirán aquellos profesores para quienes las nuevas tecnologías son un arma del diablo que desprecian porque ignoran y sobre las que los alumnos saben más que ellos. Siguen pegados a la tiza y a los ejercicios del libro de texto. «Niños, leed en voz alta la página cuarenta y tres».
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El mundo es digital. Las compras y las gestiones bancarias se resuelven mediante aplicaciones del móvil. La declaración de la renta se presenta telemáticamente. El mayor flujo de comunicación interpersonal se produce a través de Whatsapp. Sin embargo, la escuela aspira a convertirse en el último reducto de unos tiempos que yacen enterrados por el inexorable devenir de la sociedad.
Los bocadillos no están prohibidos en los colegios e institutos. Sin embargo, a ningún alumno lo asalta la ocurrencia de comérselo en mitad de una clase. Mutatis mutandis rebus, lo que conviene es integrar los móviles en la enseñanza y la vida diaria con sensatez. La negación y la prohibición es conducir por una autovía en dirección contraria. Accidentes que son mortales.
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