El poder es la capacidad de modificar el comportamiento de los demás. En este sentido, son múltiples las relaciones humanas que ejercen este modo poder: ... el maestro sobre sus alumnos, los políticos sobres sus ciudadanos, la jerarquía eclesiástica sobre sus fieles, los altos mandos del ejército sobre los soldados, los padres sobre sus hijos, etc. Ello es tan natural que, como ya escribió Camus, aquél que no dispone de nadie sobre quien ejercer su poder, se hace con un perro para que éste le obedezca.
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El problema, pues, no radica en el poder, sino en el modo de realizarlo, pues éste puede ejercerse lo mismo como esclavitud que como liberación, acorde con la dignidad inherente a toda persona.
Los humanos nos humanizamos entre los humanos
Las personas no podemos prescindir de nuestros semejantes para crecer como seres humanos. Ya Aristóteles en su 'Ética a Nicómaco' y en la 'Política' subraya la imposibilidad de definir al ser humano fuera de la sociedad. El hombre es 'zoon politikon': un animal de 'polis', de ciudad, una bestia civilizada, pues de lo contrario deja de ser persona. El ser humano tiene que vivir en sociedad para que su animalidad se convierta en humanidad: 'ánthropos', ser humano.
Las experiencias del niño salvaje de Aveyron, las niñas encontradas en bosques cercanos a Calcuta, o de Genie en California manifiestan la ausencia de socialización y, en consecuencia, la animalización de los humanos entre los animales.
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El poder: imposición o prestigio
El poder, ya desde la antigüedad clásica, adquirió un doble sentido. La potestad ('potestas') era la fuerza, la imposición; sin embargo, la autoridad ('auctoritas') significó el prestigio, respeto, racionalidad y valor ético.
La autoridad, pues, en su acepción más primitiva ('auctoritas') no iba unida a poder. Ésta era una prerrogativa de los «senes» (ancianos), del senado romano. Su único poder era moral y conciliador, dado el reconocimiento de una mayor experiencia en los diversos asuntos de la 'res pública'.
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Poder y autoridad pueden darse unidas o separadas, lo importante es el ejercicio moral y beneficioso para los ciudadanos, pues el egoísmo, la ambición, el deseo o dominio del hombre sobre el hombre es algo tan natural como real. De aquí que, ni la verdad, ni la justicia resultan siempre adecuadas para quienes pretenden imponer su poder por la violencia como algo natural al ser humano. Así lo entendieron Hobbes, Sade, Freud, Lorenz, etc.
El poder como dominio
Maquiavelo ya afirmó que el político, en el plano de los hechos, no sirve al bien, pues no hay más dios que la relación de fuerza y ésta es la que decide. Los hombres son bestias apasionadas y sólo excepcionalmente se muestran racionales. En consecuencia, pues, quien decide dirigir un Estado y emitir leyes debe suponer que todos los hombres son malos.
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Desde esta visión política el fin justifica los medios. El principie tiene que pensar únicamente en salvar su vida y la del Estado; si lo logra, todos los medios que haya utilizado serán buenos y alabados por la sociedad. Quien gobierna ha de utilizar los medios eficaces al margen de toda consideración moral. Las virtudes, pues, del político son: la fuerza (ejército), la astucia (leyes) y la suerte (contingencia).
Desde esta visión del poder político como dominio, es imposible el respeto a los Derechos Humanos y, en consecuencia, el reconocimiento de la dignidad de la persona. Recordemos al respecto la esclavitud, el dominio de una raza sobre otras, las guerras entre naciones para aumentar sus dominios, la Inquisición o las Cruzadas, etc. Y, sin embargo, la acción política es imprescindible para la organización social en beneficio del bien común, por lo que ya Platón la identificó con el filósofo: el amante y deseosos de la sabiduría. Así, en la 'República' señala que quienes mandan han de poseer el conocimiento verdadero: «Mientras los filósofos no sean los reyes o mientras aquellos que ahora se llaman reyes no sean verdaderamente filósofos, mientras el poder político y la filosofía no coincidan en el mismo sujeto (...), no cesarán los males de la sociedad». Recordemos al respecto la etimología del vocablo filosofía: amor a la sabiduría, a la verdad.
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Situación esta muy alejada de la realidad política actual en la que no siempre el sabio, el amante de la justicia y de la verdad son llamados a ocupar los puestos de gobierno; sino más bien, los elementos decisivos de la designación son, a veces, la sumisión y la ausencia de crítica. Los partidos parecen más organizados como 'modus vivendi' que como grupo interesado en el bien social. El amiguismo, partidismo, fidelidad al superior..., es la realidad que parece predominar. «Quien se mueve, no sale en la foto». Así, 'el canibalismo' ha logrado expulsar de la política, en ocasiones, a los mejores. No basta con poseer una preparación política adecuada, sino además, y sobre todo, hay que ser amigo de uno u otro dirigente en la cúpula del poder. Situación tan real, como repetida a través de la historia. Ya Baltasar Gracián, en su obra 'El Criticón', escrita en el año 1657 escribió:
«Los poderosos dan cargos y se apasionan por los que menos lo merecen y positivamente los desmerecen; favorecen al ignorante, premian al adulador; ayudan al embustero; siempre adelantando a los peores; y del más merecedor, ni memoria, cuanto menos voluntad».
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