La experiencia, según el Diccionario de la RAE, es «la práctica prolongada que proporciona conocimiento o habilidad para hacer algo». Toda experiencia, pues, siempre nos ... proporciona habilidad o conocimiento, positivo o negativo. Este conocimiento, adquirido a través de la experiencia, puede ser múltiple. Ya los antiguos filósofos griegos distinguieron varias formas de saber algo: un saber teórico o contemplativo ('theoría'); un saber práctico, ('praxis'); y un saber productivo ('poíesis').
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Dificultad de comunicar algunas experiencias
Pero no todo conocimiento y experiencia es fácil de comunicar a los demás. Parece evidente la posibilidad de expresar un razonamiento matemático o el resultado de un análisis químico; pero el tema se complica al pretender comunicar lo más íntimo y personal: qué es el amor, la felicidad o el dolor.
En general han sido los existencialistas quienes han insistido en la dificultad de comunicar la realidad íntima y personal. Este núcleo íntimo de nuestro ser, absolutamente único, parece ser inaccesible, a veces, al mismo sujeto, más aún para los demás. Y es aquí justamente donde la experiencia se presenta como un medio de conocimiento privilegiado. Sólo cuando he sufrido la muerte de un familiar querido, la experiencia del amor, de la alegría o la felicidad, puedo acceder al conocimiento de tales hechos. Ante esta intimidad las palabras se muestran insuficientes, sólo evocan el recuerdo de mi vivencia similar y, a través de ésta, puedo acceder al conocimiento que se me ofrece. Nadie puede entender el amor si nunca ha estado enamorado, es imposible comprender la alegría o la felicidad quien jamás haya disfrutado de ellas. La experiencia religiosa resultará ridícula a quien nunca la haya experimentado. Ya Max Scheler entendió la dificultad de comunicar esta intimidad personal: «Nunca podré percibir el dolor físico de otra persona o el placer sensible que le causa un manjar. Yo sólo puedo reproducir una sensación semejante, experimentada por mí mismo, y concluir que el otro, ante excitaciones análogas, vive algo semejante a lo que vivo yo».
Los humanos, en consecuencia, gozamos de dos vías para el conocimiento: la palabra y la experiencia. La superioridad de uno u otro nos vendrá dada según el tema o asunto en cuestión.
La experiencia nos facilita el conocimiento de aquellas esferas más íntimas de la personalidad, pero, junto a ellas, se dan también ámbitos de experiencias negativas, que hemos de aceptar como tales, dejándonos así conducir por las experiencias ajenas.
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¿Debo experimentarlo todo? La tesis situacionista y la vuelta indemne
La «tesis situacionista» propugna que las personas deben experimentarlo todo, despreocupándose de lo que la tradición o la sociedad ofrecen como bueno o malo. Desde las propias experiencias, los seres humanos pueden deducir, sin ataduras, sus consecuencias positivas o negativas. Así la persona será totalmente libre.
La vuelta indemne
Frente a tales propuestas, es necesario tener en cuenta las consecuencias de ello, o lo que es lo mismo, «la vuelta indemne». En efecto, los seres humanos se hacen con sus conductas, pero de ninguna de ellas vuelve «indemne». Éstas dejan una huella o marca, positiva o negativa, que le condicionará para siempre.
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Experiencias liberadoras y esclavizantes
Es necesario recordar que toda experiencia siempre nos aporta consecuencias liberadoras o esclavizantes. La «tesis situacionista» al invitar a la persona a experimentarlo todo, para deducir el bien y el mal, no tiene en cuenta que, ante la experiencia del mal, fácilmente podemos quedar atrapada en ella. Los drogadictos, los borrachos, o los fumadores son prueba de ello.
No es posible experimentarlo todo, pero tampoco es conveniente. ¿Acaso hemos de experimentar la droga, el robo, la mentira o la prostitución para su conocimiento? Y el médico, ¿necesitará experimentar las enfermedades para poder conocerlas y así curar a sus pacientes? O ¿será imprescindible hacer la guerra para conocerla, y así deducir las consecuencias oportunas? El conocimiento de estas, como de tantos otros hechos de la vida, los conocemos desde el discurso o la palabra, sin necesidad de la experiencia.
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Saber, desde la herencia recibida, discernir los límites de la experiencia es una tarea personal e ineludible. Somos libres, pero no absolutamente libres, somos seres limitados, circunstanciales, como diría Ortega, y tales circunstancias son decisiva para un mejor vivir: «Vivir es vivir aquí y ahora. Yo soy yo y mi circunstancia y si no salvo a ella no me salvo yo».
No vale, pues, afirmar, sin más, el valor de la experiencia, sin preguntarnos previamente qué experiencia, por cuanto ésta puede lo mismo hacernos libres que esclavos, contribuir a nuestra formación personal, pero también a nuestra destrucción.
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Conclusiones
1. Toda experiencia siempre nos proporciona habilidad o conocimiento, positivo o negativo.
2. Pero no toda experiencia es fácil de comunicar a los demás, pues las palabras se muestran insuficientes al comunicar las realidades íntimas: la alegría, la felicidad, el dolor o el amor…
3. La «tesis situacionista» propugna que las personas deben experimentarlo todo y deducir de su propia experiencia lo bueno o lo malo.
4. A lo que responde «la vuelta indemne» que las personas no vuelven indemnes, pues la experiencia ha dejado una huella o marca, positiva o negativa.
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5. No es posible, ni conveniente experimentarlo todo para conocer la maldad de la droga, el robo, la mentira, la guerra o la prostitución…
6. La libertad humana es condicionada, y la incidencia de ésta es tal que puede lo mismo hacernos libres que esclavos, contribuir a nuestra formación personal o a nuestra destrucción.
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