El pasado domingo, día 19, la Iglesia católica celebró el día del DOMUND en todo el mundo. Muchos millones de personas, también en España, se ... sienten invitados a colaborar con la expansión de la fe, que nos hace más humanos, más solidarios y, en consecuencia, más felices. Las personas nos sentimos más alegres con lo espiritual que con los bienes materiales. M. Unamuno decía que «lo que pasa no me satisface, pues tengo sed de eternidad, y sin ella me es todo igual».
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Y aunque el DOMUND es universal, de modo especial se centra en los países pobres, los más necesitados, porque ellos eran los privilegiados de Jesús y, por tanto, también lo deben ser de la Iglesia. Ya el P. Manjón, aludiendo a la urgencia de cubrir las necesidades materiales, afirmó que «sin mesa, sueño y recreo, no hay aprendizaje».
En el mundo hay mucha riqueza, pero también mucha pobreza. Así lo afirma el Papa León XIV, en su Exhortación Apostólica 'Dilexi Te': «Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que nacen nuevas pobrezas».
El valor de la esperanza
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, la esperanza es «el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea».
La esperanza, contenido central del DOMUND este año, es una necesidad fundamental de las personas, es como el oxígeno de la humanidad, pues los satisfechos no desean nada, no quieren cambiar la maldad del mundo, pues el presente les satisface y les basta. Y, en consecuencia, no se rebelan frente a las injusticias, sufrimientos y la maldad del mundo.
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La esperanza, pues, es el pensamiento y el sentimiento de que la imaginación es más real y la realidad menos real de lo que aparece, es la sensación de que la última palabra no es para la maldad de los hechos que oprimen. La verdadera esperanza no paraliza, estimula la creatividad, fortalece debilidades, suprime miedos, adelanta el futuro desarrollando todas las potencialidades humanas y humanizantes en favor de los demás. El papa Francisco en la «Exhortación Apostólica Evangelii Gaudiun» afirma que «La vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros» (nº 10) Y, por tanto, «La Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción» (nº 14).
Misioneros de esperanza entre los pueblos
El lema del DOMUND este año es «Misioneros de esperanza entre los pueblos». La fuerza del Evangelio luce más en las debilidades de la Iglesia y de las comunidades cristianas.
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La colaboración con nuestros misioneros en África, Asia, Oceanía y América, y las nuevas vocaciones misioneras en salida a sus naciones, será fruto de nuestro empeño misionero aquí y ahora en nuestra sociedad secular. España es ejemplar al respecto, pues 9.648 misioneros se extienden por todo el mundo.
La urgencia de la misión
En los países de minorías cristianas, tradicionalmente llamados «países de misión», y en naciones europeas de la antigua cristiandad, urge la llamada a la misión de todos los creyentes. Una misión renovada sustancialmente que levante la esperanza a mucha gente que arrastra penosamente la vida sin mayor ilusión. Una Misión que clarifique la perenne novedad del Evangelio, que asombre y sorprenda con vidas entregadas gratuitamente en el servicio incondicional a todos, especialmente a los más necesitados.
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La colaboración con nuestros misioneros en África, Asia, Oceanía y América, y las nuevas vocaciones misioneras en salida a sus naciones, será fruto de nuestro empeño misionero aquí y ahora en nuestra sociedad secular.
La iglesia que necesitamos
Para tal autenticidad será preciso promocionar más fuertemente la formación catequética, bíblica y teológica, con pedagogía actualizada y adaptada, no solo a los niños, sino también a jóvenes y adultos y que corresponda a la cultura actual, para poder ser, y parecer, creyentes atractivos y convincentes, aquí y ahora.
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Hay que superar perezas, inercias, comodidades, tranquilidades, costumbres anquilosadas… para pasar de una Iglesia autorreferencial a una «Iglesia en salida» misionera, como pedía el Papa Francisco, con una pastoral con más «olor a oveja», y menos a incienso y sacristía.
Una Iglesia que vive y comparte gozosamente la esperanza del Evangelio, con la bienaventuranza de los que tienen hambre y sed de justicia y trabajan por acrecentarla donde más falta hace, pues «el dinero debe servir y no gobernar», como afirmó el Papa Francisco.
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Una Iglesia que baja del altar a la calle, donde se entrecruzan nativos e inmigrantes, obreros y profesionales, jóvenes y ancianos, creyentes de diversas religiones con agnósticos y ateos. Benedicto XVI repetidas veces afirmó que «cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios».
Una Iglesia humilde que «lleva el buen olor de Cristo» entre toda clase de gentes, sin tufillo a privilegios, prepotencia, arrogancia, supremacía de ninguna clase.
Una Iglesia tan sencillamente humana, que solo humaniza con la fe esperanzada del Evangelio, sin apoyos mundanos que siempre salen ganando con sus intereses, a costa de restar credibilidad al testimonio comunitario fiel a Cristo.
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Una Iglesia libre de añadiduras postizas, y así más liberadora de los pobres y de los más indefensos del mundo.
Y, para finalizar, nada mejor que el texto de S. Lucas en los «Hechos de los Apóstoles»: «Mayor felicidad es dar que recibir».
* Enrique Gervilla es catedrático jubilado de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada y Elías Alcalde pertenece a la Delegación Diocesana de Misiones
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