R. I.
Puerta Purchena

Navidad con brilli-brilli

«El ejemplo del alcalde de Vigo convirtiendo su ciudad en una feria centelleante en esta época del año ha cundido hasta tal punto de que cada vez más poblaciones se suman al frenesí del 'lo mío brilla más y es más grande'»

Elena Sevillano

Periodista

Martes, 25 de noviembre 2025, 23:28

Llevo un par de días documentándome para un tema sobre celebraciones navideñas y ahora mismo estoy cegada de luces (LED, eso sí, que aquí somos ... todos muy ecológicos) y de árboles de Navidad casi más altos que la habichuela mágica de Juan. No sé yo si es muy sano esto de medir la grandeza de una fiesta en lúmenes o en metros. El ejemplo del alcalde de Vigo convirtiendo su ciudad en una feria centelleante en esta época del año ha cundido hasta tal punto de que cada vez más poblaciones se suman al frenesí del «lo mío brilla más y es más grande»: ¿que un ayuntamiento instala un millón de luces? El de enfrente se gasta un pastón en poner dos millones. El de al lado ve la apuesta y pone tres millones más sobre la mesa. Y así, en una sucesión imparable, hasta llegar al mencionado Vigo, hoy por hoy imbatible en sus fulgores. Doce millones (que se dice pronto) de LED, y entiendo que técnicos de Aena preocupados por si hay riesgo de que se desvíe algún avión con tanto destello.

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Vaya por delante que no me gusta la Navidad. Me entristece este momento de paz y amor impostado, como de sonrisa forzada para la foto. Pero respeto muchísimo a aquellos que viven la celebración con consciencia y profundidad. Y no creo que toda la parafernalia que se ha montado alrededor sirva para dar sentido a la fiesta, me temo que todo lo contrario. La luz, la música de Mariah Carey o David Bisbal a todo trapo, los altavoces con villancicos como francotiradores disparando desde las alturas, masas de gente de un lado para otro, entrando y saliendo de las tiendas, escaparates iluminados hasta el punto de hacer daño a la vista. Detrás de toda esa postal se me representa el vacío. Y cuanta más satinada luce la superficie de la postal, más vacío percibo.

El «ambiente festivo» al que tanto aluden los ayuntamientos y los típicos reportajes de Navidad es, cada vez más, y según mi opinión, un cascarón vacío, un trampantojo de felicidad más parecida, en realidad, a la excitación colectiva. Ruido que aturde y experiencia hueca que busca estimular el consumo y el turismo. El brilli-brilli ayuda a todo eso, y de qué forma, como una suerte de farol gigante alrededor del cual giramos, obnubiladas, las polillas. Personalmente, siento curiosidad (y me gustaría vivir algún día) tradiciones ancestrales, con raíz y sentido, como la pareja navarra de carboneros Olentzero y Mari Domingi, que baja del monte para repartir regalos. El Apalpador, personaje gallego que revisa las barrigas de los niños y les deja castañas y regalos. O el Zangarrón, que cada 26 de diciembre recorre las calles de Sanzoles, en la provincia de Zamora. En Braojos de la Sierra (Madrid), se celebra La Pastorela: una danza pastoril, probablemente anterior al siglo XV, que tiene lugar la víspera de Nochebuena. Mientras que los vecinos de Tamurejo (Badajoz) son convocados a la Procesión de las Gavillas, la noche del 24 de diciembre…

Estoy segura de que habrá luces y guirnaldas en estas localidades, en buena cantidad, en algunas de ellas. Pero también creo que serán adornos, complementos de lo importante, que es contar una historia que interpele directamente a la identidad y el patrimonio emocional de una comunidad. En una palabra, que diga algo.

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Lo más cerca que estoy de eso es con un cartucho de castañas asadas en el puesto de la Rambla, como hacía de niña, aunque nunca me han gustado demasiado. También disfruto de las comidas familiares, sobre todo al principio, cuando aún no estoy saturada de grasa y azúcar. Recuerdo con cariño la cabalgata de los Reyes Magos cuando mi hijo era más pequeño y miraba la con los ojos abiertos y la boca más abierta todavía, maravillado de que sus Majestades de Oriente pasaran a su lado y le tiraran caramelos. Ninguna de esa emociones tiene absolutamente nada que ver con la intensidad de las luces, el tamaño de los árboles de Navidad y el volumen de decibelios de los villancicos.

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