El inquietante desempeño de Joe Biden en el debate del 27 de junio, cuando sus lapsus concedieron un cómodo segundo plano a las falsedades de ... su oponente, Donald Trump, proyecta sobre el aspirante a la reelección un foco inclemente. Cada comparecencia equivale a un examen minucioso, no en realidad sobre su capacidad para las funciones de gobierno, sino sobre sus posibilidades de vencer, de nuevo, a su contrincante republicano. El cuestionamiento más sensible procede de congresistas y senadores demócratas clamando incluso en público por un relevo en su candidatura, a los que se suman impacientes donantes y celebridades, además del silencio equívoco de Barack Obama. Una presión con la que el partido del presidente busca detener la erosión por una situación a la que nunca quiso anticiparse. Hillary Clinton se enfrentó con 73 años a un Trump de 70; y Biden obtuvo su actual mandato con 78. Solo su decisión de hacerse a un lado podría dar paso a un relevo ordenado y conjurar el descontrol que supondría una convención abierta dentro de un mes. Pero el protagonista se considera respaldado por los resultados de su gestión y quiere «completar el trabajo».
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