La inmigración irregular se ha disparado un 66% en España en lo que va de año. Hasta el 15 de agosto sumaba 31.155 personas ... llegadas por mar y tierra, según el Ministerio del Interior. El 70% de ellas, a las costas canarias. En la mayoría de los casos se trata de menores no acompañados. Los servicios de acogida y atención del archipiélago, desbordados por completo desde hace meses, se encuentran en una situación absolutamente insostenible, como Ceuta y Melilla. Detrás de ese desmesurado crecimiento, que nada indica vaya a cesar a corto plazo, está la escalada de violencia en el Sahel, que junto a unas extremas condiciones de vida empuja a una parte desesperada de su población a arriesgarlo todo y subirse a una patera en busca de un futuro mejor.
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Los flujos migratorios constituyen uno de los más complejos desafíos de nuestro tiempo. Aunque se presten a la demagogia populista, no existen varitas mágicas ni soluciones sencillas para su control. Las ayudas a los países de origen y tránsito para contenerlos y contribuir a su desarrollo económico son una vía imprescindible que ha ofrecido resultados, pero no resuelven de un plumazo el problema. Resulta oportuno el viaje que Pedro Sánchez realizará la próxima semana a Mauritania, Senegal y Gambia –de donde sale gran parte de los cayucos con rumbo a Canarias– en un intento de reforzar la colaboración con sus Gobiernos. Su segunda gira por África en apenas seis meses implica una asunción expresa de la gravedad de la situación y pretende aliviarla ante un otoño que se presume muy complicado. La visita ha sido precedida de un encuentro con el presidente de Canarias, Fernando Clavijo, retrasado en exceso y que se saldó sin los avances que requiere una emergencia humanitaria cuya respuesta no admite más demoras.
Estamos ante una crisis que atañe a toda España –no solo a las zonas a las que llegan los cayucos– y a la UE, que ha de implicarse sin demoras. Ante una cuestión de Estado en la que resulta inexcusable un entendimiento entre el PSOE y el PP que favorezca el diseño de una estrategia consensuada, incluida la distribución de los migrantes entre las comunidades y la dotación de los recursos necesarios para dimensionar la red de acogida a la realidad actual. Emplear este problema como arma arrojadiza en la disputa partidista, en ocasiones con incendiarios mensajes xenófobos, es una irresponsabilidad que aleja la repuesta que se espera de líderes dignos de tal nombre.
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