La distopía del día

zai

jesús lens

Miércoles, 16 de marzo 2022, 11:12

Era media tarde. Estaba ya en el Zaidín, tecleando en el móvil a la vez que caminaba, cuando reparé en las motas marrones que salpicaban ... la pantalla. No llovía barro, pero me rodeaba el polvo sahariano. Menos mal que llevaba mi mascarilla ajustada y las gafas puestas. Y no por el coronavirus precisamente. Al llegar a casa, además de ir directamente a la ducha y echar pantalones y sudadera al cesto de la ropa sucia, desinfecté el móvil como en los tiempos más duros de la pandemia, cuando lavaba con lejía hasta las naranjas que compraba en la tienda de la esquina.

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Había leído que este polvo sahariano proveniente de Argelia trae no sé qué partículas atómicas heredadas de las pruebas nucleares francesas y me curé en salud. Lo había leído en Twitter, por supuesto, una fuente fiable para todo tipo de alarmismos milenaristas más o menos infundados. Vaya en mi descargo que me había tomado dos dry martini, sin comer, y estaba especialmente sensibilizado. El Zaidín estaba vacío. Y eso que aún no soplaba el ventarrón huracanado que se metió un rato después. Era una tarde rara. ¿Hay alguna que no lo sea en los últimos dos años?

Mi jornada había empezado en una cafetería. Mientras desayunaba, un 'todólogo' enlazó sucesivas disertaciones sobre las vacunas de la covid, las farmacéuticas y unos nuevos nuevos medicamentos para combatir las radiaciones atómicas en caso de guerra nuclear. Les juro que lo escuché bien, que a esas horas aún no había empezado con los combinados. Siguió con el desabastecimiento, el precio del aceite de girasol, el acaparamiento, la huelga de transportistas, la historia de Ucrania y los hijos de Putin. Y todo eso en diez minutos. Huí de allí. Dudo que jamás vuelva.

Tras una reveladora conversación con alguien que sabe del mundillo de la cultura en Granada, en la que me contextualizó un festival que está por venir y que va a dar que hablar, no necesariamente para bien; me fui a hablar de alimentación sana y natural antes de entregarme a los cócteles.

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Tres horas y dos martinis después, fui feliz en una cruasantería recién abierta en mi barrio. Me costó entrar, que las puertas no se abrían. Culpé a mi etílica torpeza. Pedí un cruasán y la muchacha me preguntó si lo quería normal, relleno de chocolate o bañado en chocolate. ¡Foh! El Apocalipsis puede estar a la vuelta de la esquina, pero al menos, puedo elegir entre tres variedades de cruasán.

Cuando iba a salir, la chica me dijo que esperara. Que tenía que abrir las puertas con el mando a distancia. Que con esta calima y el polvo sahariano, no se fiaba y había bloqueado el sistema de apertura. Era martes y apenas pasaban de las cinco de la tarde, pero el Zaidín parecía Chernóbil. Un día cualquiera de este 2022.

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