Dime qué epitafio quieres y te diré quién eres
Líneas discontinuas ·
Dejar encargado el epitafio que quieres que luzca en la lápida de tu sepultura, en el caso de que optes por el enterramiento, define al difunto. No es costumbre nacional dejar sentencias post mortem . Medina y Agudo no son partidarios de los epígrafes, prefieren hacer en vida chistes sobre muertos.Ernesto Medina Rincón
Ni DEP...
Las llamadas de teléfono después de comer suelen ser comerciales. Se han vuelto indetectables porque las efectúan con un teléfono móvil. Sobresaltado en la siesta, ... al borde del colapso cardiaco, el espíritu se acelera por si es una urgencia familiar. Ante la duda, siempre -craso error- se descuelga. «Seguros Santa Lucía. ¿Es usted Ernesto? Quiero ofrecerle un seguro de defunción...». Interrumpo, «señorita, lo siento. No me interesa». La operadora, curtida en mil batallas, insiste, «Nunca se sabe y…». Echo el freno sin contemplaciones, «lo lamento, pero no tengo intención de morirme pronto». «Ya, ya, pero sus familiares…». «Le juro por sus muertos que entre mis planes más cercanos no está morirme. En todo caso, quienes vengan detrás que arreen».
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Vitalista, más me preocupa la vejez que la muerte. Llegada la parca, lo que suceda con mi lápida o mis restos mortales nada me importa. No cuento entre mis aficiones dejar testamentada la inscripción de mi tumba. No tuve problemas en buscar el nombre de mi hijo -opté por el mío, es obvio- de manera que no me sucederá como a Domingo Extremera Pérez que tras darle muchas vueltas únicamente pidió a sus vástagos que prescindieran del DEP en la lápida, «parecería que la estoy firmando. Sólo faltaría que la fecha de mi muerte coincidiera con mi número del DNI 25 10 2021». No se produjo tal hecho, pero tampoco pudieron recurrir al latino RIP porque la madre se llamaba Rosa Izquierdo Pastor. Otra vez los hijos, «es como si mamá expidiera el certificado de defunción». Se decantaron por la incineración, que era más práctico y tenía la elegancia bíblica del Génesis «pulvis es et in pulverem reverteris».
Sin embargo, maestro Agudo, quizá no sea la frase más adecuada para un enterramiento. Antonio Bailén tenía el colesterol un poco alto y los meniscos algo maltrechos. No era ya un chaval, pero disfrutaba de la vida. En todos sus sentidos. El infarto lo sorprendió en el lecho del placer escondido entre el terciopelo de una dama que había conocido esa misma tarde en Tínder. La sonrisa con la que murió le duró poco una vez que hubo contemplado desde el más allá que habían grabado en su tumba «polvo eres y en polvo te convertirás». Una broma pesada según su opinión.
Estaremos de acuerdo, compadre, en un consejo. No se nos mueran. Además de que morirse es una gangarrera, vivir merece la pena.
Antonio Agudo Martín
...Ni RIP
No te falta razón, amigo Medina. Más que seguros de los muertos nos tendrían que vender seguros de viejos con pólizas que nos cubrieran los achaques que ya asoman por el ocaso. Dolores que ni Santa Lucía, con sus potencias, nos remedia. No tengo vocación de faraón y no quiero dejar detrás de mí ningún monumento funerario, mausoleo o metopa para que los vivos se admiren de mi estulticia: «En esto se gastó el dinero que no se gastó en vida». Prefiero ser como aquel colega que ni la lápida pudo dejar a su nombre de tanto que debía al fisco. Así que la viuda, en lugar de llorar en memoria de su añorado Manolo, lo hacía delante del granito en el que se podía leer: a la memoria de Ernesto Jaén que vivió haciendo lo que mejor se le daba: dejar recibos sin abonar.
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¡Ay, qué amarga es la Huesuda que nos deja en los huesos! Tan sólo un par de tibias y una calavera detrás de una pared que enyesan de manera apresurada para terminar de una vez con el largo proceso de dar cristiana sepultura al finado. Todo entierro termina con una comitiva que se dispersa con prisa por echar las honras; es decir, tomarse unas cañas y brindar con unos combinados en memoria del que se quedó en el camposanto yaciendo en paz con su nombre escrito en Moreno Rosmald, una fuente de letra que sigue siendo elegante, seria y apropiada para una lápida.
Todos morimos contra nuestra voluntad. Si acaso nos gusta irnos metafóricamente como los franceses en su 'petit mort' cada sábado sabadete. Hacer chistes sobre el 'barrio de los callaos' o del gran negocio de las funerarias a las que, salvo en las novelas de Stephen King o Sheridan Le Fanu, no se les quejan los clientes ni se les aparecen en la tienda para devolver el ataúd por no cumplir las calidades estipuladas o rechazar la fosa por tener humedades.
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Ya te digo que lo mejor de estar vivo es hacer chistes sobre muertos y recordar epitafios apócrifos de tumbas y fosas famosas como la de Groucho Marx, «perdone que no me levante» o en la de Johann Sebastián Bach, «desde aquí no se me ocurre ninguna fuga», o por seguir en el carril de mi compañero de nicho tipográfico recordar la lápida de Dorothy Parker, escritora y poeta norteamericana: «perdonad el polvo…».
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