Descrédito del estudio y alabanza de la inopia
Con las reformas recién aprobadas por el Gobierno en materia educativa se pone en riesgo el futuro de unas generaciones, su formación y hasta su solvencia moral. (...) Se están instrumentando políticas propias de irresponsables
Contaba Julián Marías en sus memorias que Ortega y Gasset les decía a sus alumnos que cuando viesen un plato de bistec sin bistec, y ... un cuchillo sin mango, detrás de eso había un intelectual resentido. Pues llevamos varios años, y más en los últimos meses, con abundancia de tales situaciones donde se advierte una clara tendencia perversa en la que abundan las ruedas de molino y muchos dispuestas a tragárselas. Imagínense que haya una normativa de la autoridad competente por la que la liga de fútbol permita que para ganar la competición no haya que ganar todos los partidos ni conseguir la máxima puntuación, como el equipo que se ha esforzado más y ha llevado a cabo el mejor número de goles; bastará con estar a dos o tres puntos del primero, o haber jugado al menos dos tercios de los partidos programados. Igualmente, los colistas tampoco descienden de categoría, sino que pueden permanecer en primera; y si hay algo que dirimir, no serán ni el árbitro ni el VAR quienes lo hagan sino los abonados o los socios. Así se premiará el esfuerzo, no con castigo. Y así podría seguir el símil con la selección nacional o con el reglamento de juego 'ad aeternum'.
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Con las reformas recién aprobadas por el Gobierno en materia educativa se pone en riesgo el futuro de unas generaciones, su formación y hasta su solvencia moral. A la zaga de ese principio tan inane de buscar la felicidad por encima del conocimiento o la justicia, como escribiera el doctor Samuel Johnson, se están instrumentando políticas propias de irresponsables. A las autoridades educativas, en su gran mayoría, les rebosa la cavidad oral de pronunciar los vocablos 'excelencia' y 'calidad', y dudo mucho que actúen con conciencia y honradez si no ponen pie en pared y optan por ofrecer derroteros sensatos y adecuados porque, si alguien no lo remedia, tales palabras desaparecerán del discurso social y no tendrán ni uso ni valor, quedando para consideración de eruditos, como han quedado 'bizarría', 'hidalguía' o 'tahalí'. Que se pase de curso con asignaturas pendientes, que no se repita año, y que se puedan presentar a las pruebas de acceso a la Universidad con materias pendientes no es un escándalo ni un oprobio, es simplemente algo que repugna al intelecto, por nefanda que parezca la expresión. Y todo ello para detrimento y desesperación de un profesorado vocacional y entregado al que ni se le consulta ni respeta. Continuando con esa línea dinámica, que no lógica, de nuestros iluminados próceres, podría darse el caso que para desempeñar un puesto diplomático no haya que dominar dos o tres idiomas ni saber derecho internacional, ni para ser notario habrá que saber derecho hipotecario, ni un cirujano habrá de conocer la fisiología del cuerpo humano y cualquiera podrá publicar con innúmeras faltas de ortografía y creyendo que en América latina se habla en latín.
Cualquier profesión, ocupación u oficio requiere una formación, una preparación y un esfuerzo, lo que se reflejará en todos los ámbitos sociales al procurarse en una sociedad abierta, en una sociedad democrática, un conjunto de deberes y derechos en igualdad ante la ley. Lo cual supone que cada cual sea responsable y consciente de sus capacidades. Por consiguiente, la educación en cualquiera de sus niveles y, posteriormente, y llegado el caso, la enseñanza superior, son etapas conducentes a formar la mente en diversas destrezas que habrán de acompañarnos durante la vida en mayor o menor medida. Por descender a realidades más cercanas y para ofrecer una consideración ilustrativa piénsese en la tan ansiada condición de ser capital cultural, a la que aspiran muchas ciudades; pues una capital cultural no es un urbanismo repleto de objetos, de bienes muebles e inmuebles que representan una transmisión centenaria únicamente, sino que habrá de contar con una gran mayoría de personas instruidas, amantes de la cultura, del arte, del patrimonio histórico, de la ciencia y la técnica, de la literatura y de su difusión y conocimiento. Y para ello, dejando a un lado las condiciones individuales más o menos notables, todo dependerá del trasfondo social en el que se hayan desenvuelto, de los ejemplos ofrecidos por sus mayores, y sobre todo del sistema educativo que haya contado con los medios y los objetivos necesarios para formar niños, adolescentes y jóvenes con ideas y conocimiento, con saber y entender.
Hace muchos años Antonio Muñoz Molina dijo que «ahora que los pobres habían llegado a la educación la habían vaciado de contenidos», aserto que espero más de uno recuerde. Tras veinticinco años de reformas, lo que se debería haber hecho es mejorar las condiciones para que se aprendiesen mejor las matemáticas, la lengua, o las lenguas extranjeras, en lugar de aminorar los contenidos y las exigencias. Una vez vaciada de contenidos la educación formal y oficial, reducida a nimias referencias en diversas materias, llega el turno de obviar la disciplina y el esfuerzo, el rigor y la capacidad, y de crear un piélago de sandeces pronunciadas por personas a cargo del presupuesto general del Estado. Quizás haya que recordar al conocido psicólogo canadiense Laurence J. Peter quien se dedicó a estudiar la incompetencia dentro de la jerarquía y concluía diciendo que «en una jerarquía todo empleado tiende a ascender a su nivel de incompetencia». Precisamente uno de los arranques de estos males y desastres se encuentra en ese ascenso tan inusitado de quienes gobiernan desde su astuta ignorancia y su desprecio al conocimiento y hacen leyes acordes. Esperemos que se imponga la cordura y no se desperdicie el capital cultural, que de ése también vive una nación.
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