Dejemos el vino en paz

¿A qué vienen esas recomendaciones sobreel comer y el beber en las que se equipara el fruto de la vid con las comidas basura?

Esteban de las Heras Balbás

Sábado, 30 de abril 2022, 22:41

Aver si nos organizamos, señora ministra. Tengo entendido que la labor de un gobierno es gestionar y no enredar. ¿Tanto les cuesta buscar el bien ... de la comunidad manteniendo lo bueno y mejorando lo mejorable? ¿Es que día sí y día también tienen que estar dando la tabarra con imposibles y contradioses? ¿No pueden dejar que marche lo que bien funciona y arreglar lo que no va? ¿A qué vienen esas recomendaciones sobre el comer y el beber en las que equiparan el vino con esas comidas basura que tanto daño hacen y tanto aprecio tienen entre gente que gusta de modernidades y reniega de potajes y guisos que son gloria bendita? Olvídese, por favor, doña Carolina, de cuestionar las virtudes del vino y no ose equipararlo con el resto de brebajes de colas, refrescos y destilados, que nada tienen que ver con este regalo del morapio, que desde la noche de los tiempos nos ayuda a sobrellevar contrariedades y desdichas, amén de presidir celebraciones de bodas, natalicios, y otras bienaventuranzas que sería tedioso enumerar. Trasegado en pequeños sorbos, libera de ataduras y monsergas al espíritu azogado y le permite razonar con deleite, discutir sin enfados y contemplar los relojes destilando la tarde en grata compaña. No me confunda este licor de siglos, bendecido por todas las civilizaciones, con extraños brebajes. La fórmula magistral, cuyos cánones fijó Noé, rubricó Baco, certificó Gonzalo de Berceo y apostilló Cervantes por boca de Sancho, ha de respetarse como el más noble legado que recibimos de quienes nos precedieron en el tránsito por este mundo. Sobran las recomendaciones sobre su uso e ingesta a quienes lo vienen reverenciando desde que les salió el primer bozo. Porque ha de saber, estimada señora, que el vino bueno no es el que impulsa a abrazarse a las farolas ni convierte la lengua en estropajo. El buen vino es ese caldo del que surgen pensamientos lúcidos y palabras sabias como brota la flor del loto en el estanque. Es ese fluido cordial que lima disensiones y emulsiona doctrinas encontradas hasta fundirlas en un sano jolgorio. Tan cierto es que el agua sació la sed del hombre del desierto, como que el vino ayudó a crear mitologías, creencias y leyendas de babilonios, griegos y judíos. ¿Y con esta brillante hoja de servicios, hay quien osa cuestionar su función cultural? Porque el vino, mi estimada señora, no nació en la California de Ángela Channing. Quédense con sus colas y sus barbacoas los hijos del Tío Sam y quedémonos nosotros con el sabio consejo de «el agua para los bueyes y el vino para los reyes». Item más: a la hora de decretar prohibiciones o recomendaciones no mezcle ni meta en el mismo saco el fruto de la vid y del trabajo del hombre con las hamburguesas y el 'ketchup'. Sería una vileza. Y deje de turbar a mesoneros, taberneros y cantineros, que intentan salir del largo calvario de la covid. No quiero cansarle más, señora Darias. Únicamente le recuerdo que para un tal Platón –nada gilipollas, por cierto– «el vino era la leche de los ancianos». Y por si este sabio razonamiento no la convence, dado que a su variopinto gobierno le produce ictericia la filosofía y los filósofos, permítame echar mano del venerable padre de los sanitarios, un tal Hipócrates, para quien «el vino es una cosa maravillosamente apropiada para el hombre, siempre que tanto en la salud como en la enfermedad se administre con tino y justa medida». Y yo modestamente lo suscribo.

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