De toda la vida de Dios, las etiquetas, han servido para dar información acerca de un producto u objeto. Dicen que las inventaron los fenicios, ... por aquellos del comercio por el Mediterráneo; hartos de estar continuamente explicando lo que era ese recipiente de barro cocido poroso, diseñado para beber y conservar fresca el agua colocaron una tosca tablilla de barro junto al cacharro que decía: 'Botijo, oferta 2 shekel'. Y ya nadie preguntó que era aquello. Aquello era un botijo, punto. La cosa evolucionó, en vez de tablillas se usaron papeles para indicar todo tipo de información acerca del producto.
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Pero la cosa se desmadró, las etiquetas empezaron a formar parte del producto dando a entender la valía de mismo, y a informar sobre el status social del comprador; pasamos a llevarlas en la ropa. Así, las personas, dejaron de mirar lo que teníamos en el corazón para ver qué decía la etiqueta del pantalón en el culo. Nacieron las marcas, y de este modo tan tonto y fenicio, la sociedad se dividió por marcas de ropa, coche, zapatillas o bolsos. ¡Fenicios a mí! Dijo el legislador, le voy a poner una etiqueta a los coches y vamos a impedir que pasen por los lugares que nosotros digamos. ¡No hay! Contestó el político. ¡Sujétame el cubata! Y ya saben el resto de la historia. Primero se determinaron lugares libres de humo; aunque haya que recorrer más camino con el coche al no poder atravesarlos, contaminando más, lógicamente; pero oye, por el centro no hay humo. Y después se etiquetaron los vehículos (obligando a pagar la pegatina al usuario), éste sí, éste no, éste a veces. Y ahora, los que eran 'B', los hacemos 'C' y a reírnos con las etiquetas.
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