El otoño que se escurre
«No se trata de convertir Almería en un vergel imposible, se trata de asumir que el clima ha cambiado, y que la ciudad debe cambiar con él»
Hay otoños que no llegan. No porque el calendario se equivoque, sino porque el clima se alarga, se estira, se funde con un verano que ... no quiere irse. En Almería, octubre nunca ha invitado a chaquetas. Huele a asfalto caliente, a terraza de mediodía, a siesta con aire acondicionado.
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No es que el otoño haya desaparecido. Es que se ha vuelto tímido. Se escurre entre días de casi treinta grados, entre noches que no refrescan del todo, entre árboles que apenas existen. Porque si algo ha caracterizado a esta ciudad, no ha sido su sombra, sino su sol. Un sol parece que no tiene fin.
Las calles de Almería no han sido nunca un bosque urbano. Más allá del olvidado Parque Nicolás Salmerón, la vegetación ha sido decorativa, testimonial, casi simbólica. Pero hoy, esa escasez se vuelve urgencia. Porque el calor aprieta más, dura más, pesa más. Y sin árboles, no hay tregua.
Cuidado con los árboles que se plantan. No todo lo verde es solución. Hay especies que no resisten el viento, que ensucian más que alivian, que provocan alergias, que destrozan aceras con raíces caprichosas. Plantar sin criterio es sembrar problemas. Hace falta diseño, conocimiento, planificación. Porque un árbol mal elegido puede convertirse en enemigo del espacio público.
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La ciudad necesita sombra. No por estética, sino por salud. Necesita verde. No por moda, sino por supervivencia. Necesita repensarse, replantarse, reimaginarse. Porque si el otoño ya no llega, habrá que ir a buscarlo. Con raíces, con copas, con voluntad.
No se trata de convertir Almería en un vergel imposible. Se trata de asumir que el clima ha cambiado, y que la ciudad debe cambiar con él. Que cada árbol nuevo es una estación recuperada. Que cada sombra es un alivio. Que cada hoja que cae es una señal de que aún hay tiempo.
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El otoño se escurre, sí. Pero también puede volver. Si lo llamamos con árboles, si lo invitamos con sombra, si lo esperamos con conciencia. Porque en esta ciudad de luz, también hay lugar para la pausa, para el frescor, para el ritmo lento de una estación que merece quedarse.
Y mientras las aceras siguen sin hojas, en los invernaderos solares la cosa es muy distinta. Allí el tiempo obedece a otros ritmos: tomates y pimientos que desafían el calendario, ornamentales que florecen como si el clima no importara.
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Es desconcertante y fascinante a la vez. En una tierra donde el otoño urbano se diluye, nuestros agricultores son capaces de cultivarlo en silencio, de sostenerlo en forma de fruta, de reinventarlo en cada planta. Porque el otoño, en Almería, no camina por las calles, pero sí se cosecha.
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