Puerta Purchena

Hipocresía 'made in Europe'

«El sector primario no necesita discursos, necesita políticas reales. No necesita visitas con sonrisas, necesita decisiones que protejan lo nuestro frente a lo ajeno. No necesita promesas de sostenibilidad abstracta, necesita reglas claras que garanticen competitividad y justicia»

David Baños

Periodista

Domingo, 30 de noviembre 2025, 22:43

Hace dos años, meses antes de las elecciones europeas, agricultores, ganaderos y pescadores de todos los países miembros se levantaban contra unas políticas verdes que ... pretendían ser tan sostenibles que acababan siendo insostenibles. Bruselas, en su afán de vestir de ecologismo cada reglamento, olvidaba que detrás de cada hectárea cultivada hay familias, cooperativas y territorios enteros que dependen de la tierra y del mar para sobrevivir. La sostenibilidad, convertida en dogma, se transformaba en un corsé que asfixiaba al sector primario europeo.

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Tras las elecciones, parecía soplar un nuevo aire. Menos verde fosforito. El comisario Christophe Hansen recorrió España con sonrisa amplia y discurso amable, prometiendo comprensión y cercanía hacia el campo español. Andalucía lo recibió como quien espera a un aliado. Pero el tiempo ha pasado, y aquel aire fresco se ha disipado como humo. Las palabras se quedaron en titulares, en gestos protocolarios, en fotos de visita. Los hechos, las políticas, las decisiones, siguen ausentes.

La Comisión Europea continúa arropando a la agricultura marroquí frente a la almeriense, la andaluza, la española y la europea. La semana pasada, por un solo voto, Marruecos se salía con la suya para comercializar como propios productos hortofrutícolas del Sáhara occidental. Un golpe directo a la credibilidad de Bruselas y a la paciencia de quienes llevan años denunciando la competencia desleal. Resulta grotesco: mientras se exige a los agricultores europeos cumplir con normativas cada vez más estrictas, se abre la puerta a importaciones que no respetan ni los mismos estándares ni las mismas exigencias. El doble rasero se ha convertido en la norma.

Lo más llamativo es la contradicción. Apenas unos días antes, Hansen se paseaba por Andalucía, repartiendo buenas palabras a ganaderos, cooperativas y agricultores. Promesas de apoyo, gestos de empatía, discursos de cercanía. Y, sin embargo, en los despachos de Bruselas se decide lo contrario: se premia a Marruecos, se castiga a Almería. Se sonríe en la foto, pero se legisla en contra del campo europeo. La incoherencia es tan evidente que roza la burla.

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El sector primario no necesita discursos, necesita políticas reales. No necesita visitas con sonrisas, necesita decisiones que protejan lo nuestro frente a lo ajeno. No necesita promesas de sostenibilidad abstracta, necesita reglas claras que garanticen competitividad y justicia. Porque, mientras Bruselas se entretiene en teorías verdes y gestos diplomáticos, los agricultores almerienses siguen madrugando para producir alimentos que sostienen a Europa entera. Y lo hacen con costes crecientes, con normativas cada vez más exigentes y con la sombra constante de una competencia que juega con ventaja.

La Unión Europea parece haber olvidado que sin campo no hay futuro. Que sin agricultores, ganaderos y pescadores no hay soberanía alimentaria ni cohesión territorial. Que la sostenibilidad no puede construirse sobre la ruina de quienes sostienen la tierra. El espejismo verde de Bruselas se ha convertido en un desierto de incoherencias, donde Marruecos gana terreno y Europa pierde credibilidad.

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El campo español, el campo almeriense, no pide privilegios: pide justicia. Que las reglas sean iguales para todos. Que las palabras se conviertan en hechos. Que las sonrisas de los comisarios no se traduzcan en votos que favorecen a terceros. Que Europa recuerde que su identidad también se cultiva en los invernaderos de Almería, en las cooperativas andaluzas, en los barcos que faenan cada noche. Hasta entonces, lo único sostenible será la indignación.

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