Cuando visito un lugar con restos arqueológicos humanos siempre me entrego al ejercicio de imaginar cómo sería el propietario de un molar, un resto de ... cráneo o una tibia, ¿qué sentiría en un contexto hostil donde la alerta máxima, la que preserva la vida, debería ser constante?, ¿cuál sería la relación entre propios y extraños?, ¿cómo serían sus emociones y cómo las llevaría a cabo desde una forma de vida en constante vigilancia? De hecho me ha llamado siempre la atención el proceso evolutivo hacia la domesticación humana, aquella luz mental que nos separa de los animales. Sería fascinante poder apreciar en una secuencia la evolución del cerebro hasta llegar a poder controlar los instintos primarios, a ejercer control sobre la conducta agresiva y primaria, la que se activa de manera repentina como respuesta a las provocaciones del entorno, a saber cómo un ser humano pudo controlar parte de su cerebro destinado a la dura lucha por la supervivencia. No sé si hablamos de la trascendencia de un invento como la rueda, pero puede estar cerca.
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Desde la neurociencia Stephen Stahl nos explica el proceso de la violencia impulsiva, a diferencia de la premeditada, como una hipersensibilidad emocional y una percepción exagerada de las amenazas, lo que provoca un desequilibrio entre los controles de parte del cerebro. Términos como amígdala, corteza prefrontal, hipocampo, o serotonina intervienen en la violencia inusitada ante otro. Millones de años han procurado que nuestro cerebro controlara impulsos tan primarios como el espontáneo aniquilar al otro. Los mecanismos neuronales que frenan la agresividad se ponen en marcha y Jekyll controla a Hyde. Louis Stevenson ya apreciaba en la Inglaterra del XIX los trastornos que se esconden en nuestra sustancia gris sin aparente sintomatología, en personas 'normales'. Alguien sale una noche a tomarse unas copas, dejemos otros agravantes ahí, y acaba matando de una paliza a otra persona con saña, sin que medie una razón extraordinaria, si es que pudiéramos llamarlo así. Una violencia gratuita y sádica ejercida por una joven manada cromañona.
He leído recientemente dos libros en los que la violencia gratuita deriva en orquestada, 'Revancha' de Kiko Amat y 'Lux' de Mario Cuenca Sandoval. En ellas, personas de aparente normalidad se dan a las agresiones brutales de manera ensañada, sistemática, tan solo hubo que encenderles una pequeña mecha. No sería fácil enumerar toda la compleja casuística que lleva a una manada hacia la bestialidad, pero a veces se ofrecen cerillas gratuitas ante los charcos de gasolina y no todo el mundo es capaz de poner en orden los componentes de su cerebro para eludir el ataque cromañón. En la misma semana que la dramática muerte del joven coruñés, Samuel Luiz, a manos de una jauría humana, se presenta una formación política señalando al director de un diario satírico, por sentirse ofendidos –qué jartura de ofendiditos– al antiguo modo de diana etarra, indicando calle de su trabajo y fotografía, regalando cerillas a ver si aparece un voluntarioso cromañón que encienda una.
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