El controvertido Antropoceno
El término en sí (del griego anthropos, hombre) no deja de situarnos artificialmente en el resultado final de la historia geológica, de la evolución, y nada más lejos de la realidad
Sin duda se trata de uno de los términos clave en ambientes científicos de este incipiente milenio, aunque fue acuñado en la década de los ... 80 del siglo pasado por el biólogo Eugene F. Stoermer, y posteriormente popularizada en 2000 tras un congreso por el nobel de química Paul J. Crutzen.
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Nadie duda de su existencia o validez, desde puntos de vista socio-biológicos, pues la especie humana ha conseguido dejar su impronta en el sistema Tierra a escala global y de modo patente en, al menos, tres esferas del sistema (Hidrosfera, Atmósfera y Biosfera). En la cuarta esfera, la Geosfera, los cambios también son relevantes, y se ponen de manifiesto en los procesos de alteración del medio y modificaciones de usos del suelo; pero, para establecer el Antropoceno como un periodo geológico independiente son necesarios otros factores, y ahí aparece la controversia.
La cuestión es que para establecer el tiempo en Geología no basta con un reloj, es decir, el mero paso del tiempo físico, sino que es preciso que los acontecimientos ambientales produzcan cambios que dejen una marca, un registro mensurable en las rocas de la Geosfera, que sitúen el inicio de esa división temporal. Además, dicha marca debe cumplir que sea reconocible a escala global con la suficiente claridad y/o intensidad. De este modo, las grandes crisis ambientales (extinciones y cambios en sedimentación) de la historia de la Tierra asociadas con profundos cambios en el planeta (cambios del nivel del mar superiores a 10 metros, cambios de contenido atmosférico de CO2 y SO2, calentamientos y enfriamientos globales, etc.) han dado lugar a las grandes divisiones temporales (eones, eras, periodos, incluso épocas del tiempo geológico). Las subdivisiones menores de la escala temporal (edades y zonas) responden a los mismos patrones, pero de menor relevancia en intensidad y ubicuidad. De este modo, cada división temporal lleva 'aparejada' un grupo de materiales terrestres ordenados en el tiempo que constituyen la escala cronoestratigráfica del tiempo geológico.
La controversia ha ido saltando de motivo –y salvando obstáculos– desde considerar el Antropoceno como una era o una edad, a buscar las marcas antropogénicas en el registro geológico tales como, entre más de una treintena, la cantidad de CO2 en el aire, concentración de plutonio atmosférico, presencia de tecnofósiles y materiales típicos humanos, los plásticos (¿podríamos denominar pues a esta edad Plasticeno? ¿o incluso Consumoceno?) y otros contaminantes, y el momento en el que se sitúan estas marcas.
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En los últimos años, un grupo de expertos encomendados por la Subcomisión de Estratigrafía del Cuaternario están centrados en la búsqueda de un lugar de la corteza terrestre donde poner el clavo dorado. En efecto, ese punto exacto que fijaría el límite inferior del Antropoceno sobre unos materiales geológicos que pasarían a ser los más representativos del cambio en toda la corteza terrestre. Se están estudiando algo más de una decena de enclaves en todo el globo, y la decisión del lugar seleccionado se tomará por convenio, un rosario de votaciones de varias comisiones hasta ser aprobada por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (IUGS, por sus siglas en inglés), que se espera que culminen con la selección final en 2024-25.
Aún así, no deja de haber todavía posturas contrarias al establecimiento de esta subdivisión, fundamentadas en su escasa duración (apenas 70 años, ya que el inicio se situaría sobre 1950), la necesidad de ver este periodo con una perspectiva temporal futura lo suficientemente extensa (una subdivisión menor suele rondar un millón de años de media), o la sincronización de las marcas ya que estas características sirven para, sobre todo, datar.
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Resulta paradójico que el inicio del Antropoceno, en palabras de Colin Waters (líder del grupo de trabajo), esté generando mucha controversia, y es que ya el término en sí (del griego anthropos, hombre) no deja de situarnos artificialmente en el resultado final de la historia geológica, de la evolución, y nada más lejos de la realidad. Tanto es así, que su límite superior o de finalización podría ser más fácil de determinar y, de seguir a este ritmo, llegaría antes de lo que pensamos: vendría marcado, entre otros, por la extinción de la especie humana.
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