Lo confieso: fui a ver los toros a El Puerto de Santa María
Gabriel García Escobar
Lunes, 10 de agosto 2020
Dijo Joselito 'El Gallo' que quien no ha visto toros en El Puerto no sabe lo que es un día de toros. Hoy se encargan ... de recordarlo quienes asistieron hace unos días al festejo que conmemoraba el 140 aniversario de la plaza de El Puerto de Santa María. La frase fue repetida hasta la saciedad, como la foto de las dichosas placas que la inmortalizan en los vomitorios del coso gaditano –cuánto instagramer amateur–.
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El festejo ha sobrepasado las críticas taurinas para aparecer en todos los telediarios por lo que parece un exceso de aforo según las normas que regulan esta nueva normalidad post Covid-19. La cuestión es si la plaza se llenó o no más de lo permitido. Las imágenes son evidentes para muchos, sobre todo para quienes no han estado nunca en una corrida de toros. Con un análisis pormenorizado de las fotos no sería difícil mostrar tendido a tendido si el aforo máximo fue o no superado. El juicio 'a ojo' sin mayor interés en la verdad es tan peregrino como injusto. A pesar de ello, ninguna televisión ha hecho esas matemáticas tan sencillas, tan esclarecedoras, tan poco televisivas. Personalmente, creo que se superó el aforo razonable en la situación actual de la pandemia. Sin embargo, en los tendidos había una pegatina –asiento sí, asiento no– que marcaba las localidades que no se debían ocupar. Alguien podría explicar a los neófitos (a quienes no saben lo que es 'que te toque el gordo' delante o las rodillas en tu espalda), que aun con limitaciones, en una corrida de toros se tiene muy próximo al prójimo.
Entonces, ¿quién es el culpable de esta polémica? Solo pueden ser dos: empresario o medios de comunicación, según el resultado del complejo juego de contar cabezas. Otro tema es si la norma es adecuada o no. Sin embargo, se ha hecho culpable al público, a los que acuden pensando que se han cumplido las condiciones sanitarias que garantizan la seguridad del espectáculo; y que no ven allí nada distinto de lo que se ve en muchas terrazas, bares y restaurantes.
Pienso en la nueva normalidad y no alcanzo a comprender el significado de este concepto 'sancheziano' indeterminado. Creía que se refería, precisamente, a reactivar y recuperar la economía ya que las autoridades velarían por la salud en cada servicio (en nuestro ejemplo, la policía estaba dentro de la plaza). Quizá la tauromaquia no merezca esta consideración. ¿Es que hay un ocio de derechas? Para muchos sí. Tendrá que tener cuidado Willy Bárcenas –frontman de Taburete– que ya ha tenido que pedir disculpas por decir estupideces sobre las mascarillas en un concierto. Antes las estrellas de rock quemaban, bebían y se drogaban en el escenario (ahora se cuidan y llegan a viejos), pero claro, ser hijo del extesorero del PP no tiene perdón, y menos cantando en Marbella, ¿a quién se le ocurre?
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Últimamente hay muchas cosas que no tienen perdón. Cada vez más. Mi sensación es que la mayor virtud de los nuevos actores del panorama político ha sido polarizar España en cada discusión. No en vano se han creado 'cleaveges' ideológicos en todos los ámbitos. En estos momentos solo se puede ser: aficionado o antitaurino, activista de toda forma de feminismo o machista, hermano mayor del Gran Poder o abiertamente laicista, destructor del medio ambiente o afiliado a Greenpeace, culto y aseado –y con gafas de pasta– o macho ibérico rancio que huele a Brummel, 'instagramer' o 'atapuerquer', Puigdemont o Bertín Osborne. Al final, nos han convencido de que solo se puede ser comunista o facha. Pero si quienes usan de forma tan ligera esos términos hubieran vivido la realidad y la extensión de los mismos, no lo harían. Y si lo hacen conscientemente, malditos sean porque están enfrentando a una generación, educándola en la ignorancia de los motivos de una disputa tan artificial como peligrosa. Si no lo remediamos iremos a las manos con un mantra de supervivencia: «Para que llore mi madre, que llore la tuya». ¿Dónde vamos a llegar?
No sé si estuvimos muchos en El Puerto de Santa María. Los más importantes sí: los toros de Juan Pedro Domecq, los intentos de brillar de Enrique Ponce (con Ana Soria presente –ánimo–), los destellos de un Morante que quiso ser artista en el primero de su lote y la prometedora quietud de Aguado en el tercero. Ojalá las medidas tomadas hayan sido efectivas para quienes asistieron, buenos y malos (de ambos habría).
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