Cien duros, maldita sea
Un buen día nos hicimos ricos, se liberalizaron los precios y la cosa se fue al carajo. Cada surtidor empezó a elegir su tarifa y a cambiarla cada veinte minutos
Recuerdo como si fuera ayer las imágenes de las enormes colas que se formaban en las gasolineras cuando el precio del combustible lo fijaba el ... gobierno de turno, si es que 'turno' es válido como sinónimo de González. El cambio de tarifa se producía a las doce de la noche y desde horas antes, todos los seat de España y algún que otro R5 procesionaban hasta las estaciones de servicio, que entonces se ubicaban dentro de las ciudades como si fuesen estancos o mercerías.
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El objetivo era ahorrarse unas pesetas con el llenado del tanque. Los coches de entonces, de juguete comparados con los mastodontes de ahora, no se caracterizaban por disponer de un depósito de camión, así que con mucho menos de mil duros bastaba para completar la operación. Hablamos de incrementos de dos o tres pesetas por litro como máximo. No recuerdo que la subida llegara nunca a un duro de golpe. Habría caído el gobierno, González, turno y todos los demás. Las alzas de los precios no eran frecuentes, ni mucho menos, y se medían al milímetro por su innegable impacto político y electoral. Si acaso un par de ellas al año muy bien justificadas y punto.
Un buen día nos hicimos ricos, se liberalizaron los precios y la cosa se fue al carajo. Cada surtidor empezó a elegir su tarifa y a cambiarla cada veinte minutos, así que desaparecieron esa colas del hambre y los reporteros tuvieron que buscarse la vida en otro sitio. No se me olvida aquella viñeta de Willy Soria en la que se veía a un conductor en una gasolinera comentándole a un paisano que antes llenaba el depósito y luego se acercaba a la caja a pagar. «Ahora lo hago al contrario porque en ese rato puede haberse duplicado el precio». Si el inolvidable Willy viese lo que está ocurriendo ahora, se volvería a los cielos.
Pensábamos que el apocalipsis era Vox pero de momento lo más cercano al infierno consiste en sacar la manguera del surtidor y darle al manubrio. Da miedo pensar hasta dónde aguantarán las costuras del personal, qué ocurrirá cuando esos dos euros y pico sigan creciendo y alcancen un hermoso y terrorífico tres. Tres euros por litro de gasofa. Quinientas pelas. Cien duros, maldita sea. Y llegaremos, vaya si llegaremos.
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La inflación es el peor mal que puede sufrir una economía. Empiece por donde empiece termina afectando a todo y a todos. Nos empobrece, devalúa nuestro dinero y acaba encabronando la convivencia. Y de ahí a la cólera social, al pánico y al populismo hay solo un paso. Cuidado.
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