En mi ciudad, Cáceres, hay una churrería por cada 4.000 habitantes. Las tenemos castizas como 'La Porra' y 2.0 como 'Churros Factory'. En ... todas, se disfruta de un ambiente desenfadado, costumbrista y poco inflacionista: 12 churros, tres euros. El churro es un valor seguro en tiempos de zozobra y la churrería, un termómetro político emocional. El martes, esperando mi turno, apareció la ministra Teresa Ribera en la tele anunciando medidas para ahorrar energía y los parroquianos, entre churro y churro, hacían politología. «Churrero, ya puedes ir cerrando la puerta para que no se vaya el calor o te van meter una multa que ya verás», apostillaba uno al hilo de los avisos de la ministra. Otro cliente pronosticaba penurias: «Pues vamos a llegar a casa apestando a fritanga». La ministra hablaba y las ocurrencias brotaban. Me llevé a casa seis gordos, seis finos y la convicción de que la gente no acaba de tomarse en serio lo del ahorro energético.
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