Dean Spielmann: la incoherencia como método

César Girón

Domingo, 23 de noviembre 2025, 23:01

Pocas figuras jurídicas contemporáneas han generado tanta controversia en España como Dean Spielmann, antiguo presidente del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) y hoy abogado ... general del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE). Su nombre quedó grabado en la memoria colectiva en 2013, cuando el TEDH, bajo su presidencia, dictó la sentencia que declaró contraria a la Convención Europea la aplicación retroactiva de la doctrina Parot. A partir de aquella resolución —presentada por la etarra Inés del Río Prada— el Estado español se vio obligado a excarcelar a decenas de presos de ETA, incluidos numerosos condenados por delitos especialmente graves.

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Nadie discute que los tribunales europeos deben velar por los derechos humanos. Lo reprochable —y profundamente perturbador— es la desproporción de aquel fallo y su enorme impacto político y social, que Spielmann pareció analizar con una frialdad ajena a la realidad que España había vivido durante décadas, sometida a la barbarie una organización criminal y terrorista que asesinó a casi un millar de personas.

Como un pasado que regresa repleto de contradicciones, la figura de Spielmann vuelve a la actualidad ahora, en su calidad de abogado del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, al emitir un informe en el que sostiene que la ley de amnistía aprobada por el Gobierno de Pedro Sánchez no vulneraría el Derecho europeo. Lo que no deja de sorprender especialmente porque hace apenas unos meses, el abogado de la propia Comisión Europea manifestó lo contrario, considerándola una forma de autoblanqueo político (automanistía) con el que el ejecutivo español se aseguró su investidura frente al clamor social y a toda lógica a tenor de sus afirmaciones ante y pos comicios generales de julio del 23.

El contraste es chocante y o obliga a preguntarse: ¿Qué lógica interna guía las posiciones de Spielmann? ¿Dónde queda su supuesta defensa del Estado de derecho cuando avala un instrumento que afecta directamente a la separación de poderes, a la igualdad ante la ley y a la independencia judicial? ¿O es que la sensibilidad del jurista luxemburgués fluctúa según el viento político del momento, siempre con un sesgo que termina debilitando la posición de España? Un jurista que claramente abre la puerta al riesgo que supone instaurar un europeismo acrítico y dogmático.

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Pienso que el caso de Spielmann es, en realidad, un síntoma de algo más profundo, que advierte de la persistencia de una visión de Europa que algunos sectores han elevado a dogma.

Esa visión bebe de la famosa frase de Ortega y Gasset: «España es el problema y Europa la solución». Una frase que, convertida en mantra, ha servido durante décadas para justificar un complejo de inferioridad nacional, un permanente sometimiento intelectual a autoridades externas y una tendencia —a menudo ingenua— a considerar que cualquier pronunciamiento que venga de Bruselas o Estrasburgo es por definición más sensato, más ético y más legítimo que el de nuestras propias instituciones democráticas. Un error y una negación de nuestra valía y que cuanto hemos hecho a lo largo de lo siglos. Europa no tiene que darnos lecciones de nada. Menos aún a través de los pronunciamientos de un jurista «táctico» de fundamentos más que dudosos como nuevamente acaba de demostrar.

El problema es que esa frase de Ortega, analizada hoy, resulta no solo simplista, sino profundamente nociva. España no es «el problema». Y desde luego Europa no siempre es «la solución». Demasiadas veces hemos visto ya que Europa impone decisiones que chocan con nuestra historia, nuestra memoria, nuestro marco constitucional y nuestras necesidades democráticas reales.

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La incoherencia de Spielmann —capaz de cuestionar la política penitenciaria de un Estado asediado por el terrorismo, y a la vez justificar una amnistía con evidentes tintes de autoprotección gubernamental— simboliza ese europeísmo acrítico y superficial que tanto daño nos hace y que me afirma cada vez más en que España no necesita tutores, sino respeto. Una consideración que debe empezar por nosotros mismos.

Dean Spielmann ha pasado a representar una forma de intervenir en asuntos nacionales con un sesgo difícil de justificar y cuyas consecuencias recaen siempre sobre España. Su trayectoria reciente nos obligaría a recordarle algo esencial: «Europa es un proyecto común, no una instancia de corrección moral destinada a disciplinar a los Estados que algunos consideran problemáticos», como ha manifestado en algunas de sus posiciones pasadas.

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La defensa del Estado de derecho no se hace con arbitrariedades, ni con interpretaciones caprichosas, ni con dobles raseros. Y desde luego no se construye humillando la dignidad de un país ni imponiendo lecturas que ignoran su historia, su sufrimiento y sus instituciones. ¿Quién es Spielmann para ello?

Si la actuación de Dean Spielmann simboliza algo, no es precisamente la coherencia jurídica europea, sino la peligrosa deriva de una élite legal que debe su altura moral sólo al cargo que ocupa, que sustituye los principios por la oportunidad, y el análisis jurídico por un europeísmo que —como el orteguiano— se ha vuelto, en muchos casos, despreciable por su soberbia y su ceguera. Tanta que estoy convencido de que la sentencia del TJUE no atenderá su innoble como anodina visión sobre la autoamnistía dibujada por un prófugo más allá de nuestras fronteras en connivencia con un presidente que como él sólo ocupa un cargo.

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