Las cepas mutantes

Puerta Real ·

Vamos a necesitar una aplicación en el móvil para recordar todos los cambios de las normas sanitarias contra el virus

Domingo, 17 de enero 2021, 00:05

Todo cambia y todo muta, porque lo nuestro es mutar. Han cambiado los saludos, las miradas, los trabajos, las tertulias, las borrascas, los flirteos, el ... ocio, las clases y el aburrimiento. Muta también el virus de la Covid. El que llegó de Wuhan tiene variantes inglesa, surafricana, japonesa y brasileña. Y ya están aquí. Dicen que no son más mortales que la cepa madre, pero sí más revoltosos. Se multiplican con la fogosidad y la fuerza de adolescentes recién salidos del internado. Frente a ellos, los gobiernos del mundo solo disponen de vacunas recién nacidas y misteriosos comités de expertos que quieren vernos quietos y solos, como gazapos en madriguera, porque así ni nos contaminamos ni el bicho muta. Empieza a oler a búnker y apocalipsis. Ya lo previeron Pablo Iglesias e Irene Montero: ellos no querían abandonar Vallecas y alejarse de los vecinos del barrio; pero al convertirse en bienes patrios, se vieron obligados a mudarse a La Navata, en el municipio de Galapagar; donde solo moran los tocados por la fortuna. Mutó también a su modo el presidente Sánchez, cuando vivió en carne propia el repudio de sus barones. Y ha mutado Donald Trump que llegó a Washington como presidente de los Estados Unidos y sale de la Casa Blanca como presunto golpista. En el mundo todo muta, hasta que llega la hora de hacer mutis por el foro. Ha mutado Filomena, que apareció como un hada de blanco armiño y se ha convertido en la bruja Averías, que se suliveya cruzando bolas de nieve sucia entre el ministro Ábalos, la presidenta Díaz-Ayuso y el alcalde Martínez Almeida.

Publicidad

Es una disputa que a los de provincias nos resulta ajena, porque otras mutaciones más cercanas nos traen de cabeza. Hoy estrenamos nuevas medidas en la lucha contra los molinos de viento de la pandemia. Las normas también mutan y cambian nuestros biorritmos. En una 'chispa de ná' activaremos en el móvil una aplicación para saber si el municipio al que vamos está perimetrado, si se engloba en nuestro distrito sanitario, si podemos tomarnos el café antes de pasar a comprar el pan, o si podremos saludar a más de cuatro allegados a metro y medio de distancia sobre la acera. Necesitaremos un manual que precise si las efusiones amorosas sufrirán menoscabo al aplicar la reducción de los contactos sociales. Porque esto se está convirtiendo en un 'follaero' que no hay dios que lo entienda.

Es obvio que vamos mal y no tiene pinta de enderezarse en primavera. No solo están en retroceso la salud y la economía, que tiene tela. Es que estamos perdiendo la dignidad, el criterio, la libertad y el civismo. En la moviola de las efemérides de esta semana aparece John F. Kennedy, con sonrisa profidén y 43 años, durante su toma de posesión como trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos –este miércoles hará sesenta años–, diciendo aquello de «no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país». Después de leer esto, miras calle arriba y solo ves espectros huidizos con mascarilla que van driblando al bicho invisible para esconderse en casa y salvar el pellejo. Aquel Kennedy no lograría juntar hoy aquí ni dos docenas de individuos que se quedaran a oír su mensaje. De este cambio y estas pérdidas no solo la covid es culpable.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad