El presidente del PP Pablo Casado. Ramón L. Pérez

Casado no será la vacuna

Pero ni Casado es el hombre elegido, ni ahora mismo una derecha moderada puede recoger a tantos votantes polarizados que creen que Vox es una opción democrática y aceptable para España

Marcial Vázquez

Viernes, 5 de marzo 2021, 00:48

Ya la guerra no es la continuación de la política por otros medios, como decía aquel, sino que la política se ha convertido, directamente, en ... una guerra. Sobre todo, en países donde la izquierda reaccionaria está marcando la vida pública ya sea en los gobiernos, en los medios o en las universidades. Hay quien lo llama guerra cultural –muy de moda últimamente– pero, en realidad, es una guerra cruda y descarnada por el poder que conlleva diversas batallas sin piedad en varios escenarios, teniendo como principales objetivos dominar la opinión publicada y la enseñanza a las nuevas generaciones. Lo dramático de esto es que la izquierda de este siglo, cuando lucha así por el poder, lo hace también contra la democracia y la más elemental libertad de pensamiento de los ciudadanos, mientras esa parte de la derecha democrática que debería de liderar la lucha contra esta nueva corriente anti democrática en nombre del progreso parece estupefacta en la búsqueda de ese centro inútil que nunca encontrarán porque no existe, provocando que la rabia, la indignación o la desesperación de millones de votantes se acaben canalizando en partidos de extrema derecha igual de peligrosos para el pluralismo y la convivencia.

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Enfrente, sin embargo, contamos con una oposición fallida y con otra oposición irresponsable, siendo ambas la mejor garantía de vida de este gobierno sanchista podemita que está a la cabeza de casi todos los indicadores negativos no solamente entre los países occidentales sino también si metemos en la ecuación naciones subdesarrolladas. Hemos visto esta semana a Casado acompañando a Aznar en uno de sus muchos actos para conmemorar no sé qué aniversario y recordarnos lo bien que lo hizo uniendo a todo el PP y ganando unas elecciones a Felipe González. El problema de Aznar es que se ha convertido, desde hace lustros, en un fantasma antipático cuya soberbia y falta de humildad lo sitúan en ese rincón de la historia de los políticos que jamás saldrán del purgatorio, a pesar de que dejó un país mucho mejor que aquel que se encontró.

Aznar diseñó todo para salir del gobierno tras 8 años por la puerta grande y acabó saliendo a patadas por la puerta de atrás, de ahí que desde entonces no deje de bendecirse a sí mismo cada vez que tiene ocasión. Digo esto porque, aún así, si comparamos lo que dijo Aznar y lo que dijo Casado, parecía como si comparásemos a Churchill con Carmen Calvo, y este sí es un problema insuperable. Casado sabe que no es alternativa, y por eso espera ser alternancia, algo que no sucederá. Cuando el líder de la oposición cada vez que habla en la mitad de las veces a nadie le interesa, y en la otra mitad habría sido preferible que no hablase, debe entender que no va a ser la vacuna democrática que precisa este país de manera urgente y dramática frente al coronasanchismo.

Abascal está tan seguro de su posición que se permite elegir como modelo a un cuasi dictador integrista como Orban cuya xenofobia y concepto autoritario del poder está fuera de toda duda. En este sentido, Aznar tiene razón: sin una unificación no ya tanto del centro derecha, sino de una alternativa clara y viable a Largo Sánchez, será imposible que el PP vuelva al poder. Pero ni Casado es el hombre elegido, ni ahora mismo una derecha moderada puede recoger a tantos votantes polarizados que creen que Vox es una opción democrática y aceptable para España. Lo que significa que la guerra cultural no solamente debe librarse contra la izquierda reaccionaria, sino también contra la derecha opusina iliberal.

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