Carisma

A la última ·

Pío García

Martes, 1 de noviembre 2022, 00:34

Los primeros cristianos llamaban carisma al don gratuito que Dios concedía a algunas personas. Una lengua de fuego, una paloma que aletea, un soplo divino ... que desciende caprichosamente sobre alguien. Hasta los ateos sabemos que el carisma existe, aunque tratemos de buscarle explicaciones psicológicas no del todo convincentes. El carisma no se merece, simplemente se recibe, y tampoco es el resultado de ninguna afanosa contabilidad. De hecho, conduce con mayor seguridad al fracaso que al éxito porque los vientos de la genialidad son volubles y se resisten a ser encerrados en una hoja excel. Esto los aficionados al fútbol lo sabemos bien: Maradona tenía carisma y Messi no; Mágico González tenía carisma y Cristiano Ronaldo no. En las fulgurantes piernas de Messi y en los músculos graníticos de Ronaldo hay esfuerzo, geometría, habilidad e incluso inteligencia, pero, por mucho que entrenen, por más copas que levanten, por muchos balones de oro que consigan, jamás podrán adquirir el elixir indescifrable que algún demiurgo travieso derramó sobre el Mágico, que nunca ganó nada ni falta que le hizo.

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Veo ahora las imágenes del triunfo socialista del año 82 y me doy cuenta de que, aunque les dé rabia a los muy de derechas y a los muy de izquierdas, González ha sido el único presidente español sobre el que descendió la lengua de fuego del carisma. Quizá por eso le seguimos llamando Felipe, sin apellidos, con esa singularidad onomástica que solo poseen los reyes, los papas y algunos futbolistas brasileños. A su lado, Sánchez y Feijóo son dos tipos grises que parecen vivir siempre en un lunes de noviembre y que lo mismo podrían ser visitadores médicos que directores de una sucursal.

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