Se está haciendo viral una oración católica que, desde mi punto de vista, no está exenta de cierta actualidad en nuestra sociedad: «Dios, concédeme la ... Serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar; el Valor para cambiar las cosas que puedo cambiar; y la Sabiduría para conocer la diferencia».
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Serenidad, Valor y Sabiduría, tres 'potencias' que me atrevo a elevar a la categoría de Virtud, pues debo deciros que ellas animan más mi reflexión por su cercanía a cualquier situación, de aspecto complicado, por la que, individual o colectivamente, podamos estar atravesando. Algo que ya os adelanté cuando escribía sobre la por mí considerada 'Cuarta Cultura': Ya se oyen demasiadas voces de 'separación' en esta Iberia de puertos fenicios, como para que, desde aquí, no superemos la confrontación de clases y personas, en aras, al menos, de construir un mundo que tenga una herencia válida y de eficacia demostrada... Un cambio, repito, imprescindible, desde la solidaridad, la unidad y la altura de miras.
Sinceramente, no me importa cuestionarme si hemos perdido el juicio –el raciocinio, la inteligencia o el entendimiento–... Decía Francisco de Quevedo que «donde no hay justicia es peligroso tener razón, ya que los imbéciles son mayoría». Y yo añadiría: donde hay borreguismo –«Actitud de quien, sin criterio propio, se deja llevar por las opiniones ajenas» (RAE)– no hay libertad, sólo libertinaje, en el mejor de los casos y en el ínfimo sentido de la palabra.
Y a estas alturas, después de lo escrito, puedo –y debo– confesaros mi mayor anhelo: entregar alma y vida al 'servicio de servir', pues no hay mejor misión que la entrega sincera y abierta al respeto de la libertad común, la que nada tiene que ver con la esclavitud de la dependencia o con la liviandad de conciencia.
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