Burócratas de la salud

Juanjo Aguilera

Periodista y diabético

Jueves, 28 de agosto 2025, 22:56

Soy diabético, ¿y qué? Es una enfermedad que puede destrozarte la vida si no aprendes a controlarla. Lo más frustrante no es el esfuerzo diario ... que requiere, sino cuando ese esfuerzo se ve menospreciado por quienes no entienden lo que supone convivir con esta condición y, desde la comodidad de un despacho, ponen trabas con argumentos del tipo «hay mucho gasto» o con un desconocimiento que parece multiplicarse por mil. Me considero un privilegiado porque el 28 de abril de 2023 tuve la fortuna de acceder a un tratamiento que, de forma técnica, se llama infusión de insulina, aunque quienes lo usamos preferimos llamarlo simplemente 'la bomba', porque, literalmente, es una auténtica bomba.

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En la diabetes, el verdadero problema no es una cifra aislada de glucosa en sangre que aparece en un análisis puntual. El verdadero problema es cuando esos niveles, en la hemoglobina glicosilada –la famosa HbA1c–, muestran datos fuera de control. Yo llegué a tenerla por encima de 9, y eso, créanme, es otra bomba, pero de relojería. Afortunadamente, cuando uno le ve las orejas al lobo, comprende que no hay otra opción que cuidarse o despedirse. Desde que uso el infusor de insulina, mi glucosilada se ha estabilizado en 5,6. Para entender la magnitud de ese cambio: los niveles normales son inferiores a 5,7%; entre 5,7% y 6,4% se habla de prediabetes; y a partir de 6,5% ya se considera diabetes. Hoy, gracias a esta tecnología, mis resultados se acercan a los de una persona sin la enfermedad.

El problema surge cuando un burócrata, sentado en su despacho y con más teoría que conocimiento real, decide que los diabéticos que usamos infusor y sensor no deberíamos tener el 'privilegio' de utilizar tiras reactivas. Lo que estos funcionarios desconocen —y lo afirmo con certeza— es que el método más fiable para calibrar los niveles de glucosa en tiempo real sigue siendo el análisis capilar con tiras. El infusor necesita una calibración regular, aproximadamente cada siete horas, porque administra microdosis de insulina de forma continua y necesita confirmar su efectividad con una lectura precisa, algo que el sensor no está diseñado para proporcionar.

Este tipo de decisiones evidencian un desconocimiento alarmante. El sensor mide la glucosa en el líquido intersticial, bajo la piel, mientras que la medición capilar ofrece una fotografía instantánea y exacta de la glucosa en sangre. Si el sensor falla –y fallan más veces de las que se cree–, el riesgo es altísimo. El pasado sábado, sin ir más lejos, mi sensor marcaba 270 mg/dl, cuando en realidad la medición capilar indicaba apenas 70. La bomba, siguiendo ciegamente la lectura del sensor, seguía administrando insulina, acercándome peligrosamente a una hipoglucemia severa. Sin las tiras reactivas a mano, el desenlace habría podido ser fatal.

Resulta indignante que alguien con autoridad para autorizar recetas, pero sin formación específica en diabetes, tome decisiones que afectan de manera tan crítica nuestra salud. Tal vez habría sido más sensato que quienes aprobaron el uso combinado de bomba y sensor se hubieran asegurado de que el sistema funcionara de forma segura y efectiva desde el principio. Y si detrás de estas trabas hubiera intereses poco transparentes, mejor guardar silencio antes que disfrazar de ahorro lo que, en realidad, es desconocimiento y desidia.

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