El bueno, el feo y el exótico
Eduardo Gallego Argona
Profesor Titular de Botánica de la Facultad de Ciencias Experimentales de la UAL
Miércoles, 18 de junio 2025, 23:07
Aunque no se hable tanto de ellas como del cambio climático, las especies exóticas invasoras (EEI) constituyen un gran problema a nivel mundial. Si una ... especie (animal, planta, hongo…) llega a un nuevo lugar y resulta que no hay predadores que la controlen, puede desplazar o eliminar a las especies nativas, convertirse en un problema de salud pública o causarnos graves perjuicios económicos.
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La mejor estrategia para evitarlo es la prevención: impedir que las EEI entren. Por desgracia, es muy fácil que se cuelen de forma no intencionada en barcos, aviones, contenedores… Asimismo, pueden escaparse de zoos o jardines botánicos, por muchas precauciones que tomemos. Otras veces, las introducciones son intencionadas: suelta de animales para caza o pesca, repoblaciones forestales con especies inadecuadas, etc.
Si ya se han instalado entre nosotros, hay que recurrir a estrategias de control y erradicación, para evitar males mayores. Y aquí empieza la controversia. A veces, para controlar una EEI hay que matar animales o arrancar plantas, lo cual está mal visto.
Nuestra sociedad cada vez siente más empatía hacia otras especies de seres vivos, y eso es bueno. No obstante, existe el problema del «proteccionismo mal informado». Cuando se plantea la eliminación de alguna EEI, muchos tenderán a oponerse, especialmente si se trata de un animal bonito. Si es feo o pequeñajo, da igual.
Por ejemplo, cotorras argentinas y gatos son criaturas enormemente destructivas, que amenazan las poblaciones de otras especies. Pero ¿quién va a pegarle un tiro a las cotorras, con lo monas que son? O ¿quién va a reducir las poblaciones de lindos gatitos callejeros, con lo graciosos que quedan en los vídeos? Así, los criterios estéticos y emocionales se impondrán a cualquier otra consideración.
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Esto también ocurre con las plantas. Mientras que especies autóctonas dignas de preservación no despiertan pasiones, EEI como las pitas y sisales (muchas, introducidas a mediados del siglo XX) son consideradas poco menos que símbolos de la provincia. Sobre todo, desde que salían en los spaghetti westerns rodados en Tabernas. Por motivos sentimentales, la resistencia a controlarlas (hablamos de controlar, no de exterminar) es considerable.
Seamos sinceros: los seres humanos no solemos regirnos por la lógica científica o consideraciones ecológicas, sino por la estética y las emociones. Así, una propuesta de eliminar una EEI puede incluso ser calificada de «xenófoba».
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Desgraciadamente, las buenas intenciones, cuando se mezclan con la ignorancia, pueden conllevar resultados catastróficos. Hay una gran diferencia entre lo que creemos que es bueno para los ecosistemas y lo que realmente es bueno para ellos. Esa es la misión de la Ciencia: suministrarnos información para tomar decisiones acertadas. Nunca olvidemos que la naturaleza es indiferente a nuestros sentimientos. No seamos orgullosos, creyendo que el cosmos debe ajustarse a nuestros deseos.
La educación ambiental resulta imprescindible para abordar la prevención, control y erradicación de EEI. La ciudadanía debe conocer los riesgos reales. No hay que dejarse llevar únicamente por la empatía. Por añadidura, conviene evitar los problemas causados por la falta de responsabilidad, como la suelta de mascotas y animales domésticos cuando se convierten en un engorro. Si no puedes hacerte responsable de cuidar una mascota, mejor será que no la tengas.
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Pongamos casos reales como la vida misma. Una raza de perro o de cerdo se pone de moda, y a mucha gente le da por comprarla. Son tan monos de pequeñines… Pero tener un animal implica un pacto con él hasta que la muerte nos separe, y cuesta dinero, genera molestias… Cuando el pequeñín crece y no cabe en el piso, molesta a los vecinos, etc., pues… ¿La solución? Soltarlo en el campo. O en un río, si hablamos de peces o galápagos. Si no mueren de forma miserable y logran adaptarse… Houston, tenemos un problema.
Mucho más se podría contar sobre desastres provocados por mezclar inconsciencia y buenas intenciones, pero no pretendo sermonearte ni convencerte de nada, amigo lector. Con hacerte reflexionar, me doy por satisfecho.
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