Botellón y libertad
La zaranda ·
Triste que no solo adolescentes, sino treintañeros entiendan que la libertad reside en poder hacer un botellón. Ji, ji, ja, ja y anestesia para todos (y todas)La nueva visión que he tenido de 'La libertad guiando al pueblo' coincide con el cuadro del pintor francés Delacroix en que dos mujeres se ... erigen en protagonistas de la imagen, aquella en mil ochocientos treinta, levantada la ciudadanía en contra de la decisión gubernamental de haber suprimido el parlamento por decreto y la intención de restringir la libertad de prensa. La actual aparecía en la prensa, una joven a hombros de alguien, rodeada de jóvenes exaltados y bebiendo en la calle, sin mascarillas. La figura elevada en el centro, portando una bolsa de grandes almacenes y un vaso. El lenguaje tiene sus trampas y ambas intentan responder al mismo concepto, igual significante, pero el significado desplazado hasta convertirse en otra idea.
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Esa característica de cambio semántico no se genera de forma espontánea ya que existen detrás inventores -llamémosle guías- que intentan reconducir y apropiarse las connotaciones positivas para transformar el significado trasvasando esa característica del concepto inicial a otro nuevo. Hasta ahí bien, tan solo que se fundamenta en una falacia malintencionada. No es lo mismo un derecho, que la idea de libertad. Un tropo, la parte por el todo. No resulta fácil transmitir un nuevo concepto si no existe una identificación. Parece muy interesante que se haya convertido la idea de libertad en celebrar un botellón. La comparación, que siempre es odiosa, entre quienes representan la defensa del derecho a la comunicación o de los representantes legales emanados del pueblo igualada a quienes no quieren ninguna restricción, al apasionamiento dionisíaco no se sostiene. El truco reside en que el mensaje del nuevo concepto se dirige a quienes se identifican con la idea de que libertad es celebrar un botellón. Mensaje simple, con apariencia de pragmático y repetido. Escuchar lo que quieres escuchar.
Podemos entrar en otros usos parecidos en la acepción fascista, reconvertida en aquella persona que disiente de lo que considera un grupo en el momento que no comparte lo establecido desde esa óptica y no se puede rebatir de manera argumentada. Sirve lo mismo para otra acepción interesada como, por ejemplo, comunista. Wittgenstein nos habló de las trampas del lenguaje, del efecto del encantamiento, tan caro a la publicidad la propaganda. Antonio Muñoz Molina escribió sobre el tema, aunque para otro asunto parecido, y bautizó la idea acertadamente como 'palabras mágicas', sanadoras, equilibrantes, igualadoras y ahora justificativas; nuevas realidades para deformar ideas a través de la imitación del poder divino, la capacidad de nombrar.
Triste que no solo adolescentes, sino treintañeros entiendan que la libertad reside en poder hacer un botellón. Ji, ji, ja, ja y anestesia para todos (y todas). Triste que la falta de perspectiva laboral, de independencia, de desarrollo personal de unos naufrague en la reivindicación equívoca de un falso derecho. Triste que quienes con su vida resuelta por beneficio familiar entiendan la libertad como beber en la calle. Triste que la libertad sea poder beber arrebañados y encerdando. Otro día hablaremos de la igualdad y la fraternidad.
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