Bárbaros voluntarios
La zaranda ·
Sigo sin entender cómo se disfruta dejando tirado en el suelo un envoltorio, pegando una patada a una papelera, apedreando un cristal, tirando una valla o rompiendo una farolaLeo esta semana que la Guardia Civil ha detenido en Torredelcampo a dos jóvenes ya creciditos, veinte y veintidós años, acusados de tumbar una barandilla ... tras celebrar una fiesta de fin de recogida de la aceituna. El destrozo supone unos mil euros y deja desprotegida una zona que defiende a la ciudadanía de caídas hacia un barranco. Cuando escribo esta columna me llega un mensaje en el que aparece la puerta de una ermita destrozada, con la valla de acceso derribada y arrancada la puerta a pedradas y patadas. No se han llevado nada del interior, no era la intención, creo, tan solo el destrozo. Y así podemos cada semana elaborar un listado de todo aquello que los descerebrados voluntarios van destruyendo ya sea público o privado. Paseo por distintos lugares el domingo, a pie o en bicicleta, y voy topándome rastros de los bárbaros en forma de destrozo o basura.
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Una parte de nuestra sociedad sufre un mal que no acabo de entender y lo exterioriza destrozando o ensuciando de manera voluntaria. No alcanzo la razón operante en un cerebro que lleva a sabiendas a dar una patada a una papelera o tirar una lata al lado de esta, al suelo. Desde pequeños, desde la educación infantil se 'educa' –no sé si ocurre lo mismo en algunos hogares– a los pequeños en que no debe tirarse nada que ensucie al suelo y que se debe respetar el mobiliario común. A esas edades cala y si paseamos por un colegio su espacio está más o menos limpio, pero poco a poco, aunque el mensaje se sigue repitiendo en las aulas, la edad de los estudiantes aumenta y con ella el montante de suciedad que dejan. La prueba evidente es muy simple, pasen por un instituto después de un recreo y podrán ir calibrando el asunto. Y llega el momento de salir el fin de semana o simplemente de encontrarse en un banco público. El reguero de suciedad y destrozo aumenta hasta enlazar con el que producen los adultos, que han seguido recibiendo el mensaje de que no se debe ensuciar y guardar respeto por lo común. Un simple ejemplo. La mayor parte los días un amigo sale al campo y vuelve siempre con una bolsa llena de latas, vidrio y otros elementos tirados voluntariamente.
Leo unos informes vergonzantes de lo que llegan a tener que gastar ayuntamientos en reposición extraordinaria de mobiliario urbano, destrozos no por uso o accidente. Algunas pequeñas localidades deben destinar hasta sesenta mil euros cada ejercicio y en grandes ciudades se llega hasta el millón de euros. Cifras en verdad sonrojantes de cómo se comportan nuestros convecinos. Sigo sin entender cómo se disfruta dejando tirado en el suelo un envoltorio, pegando una patada a una papelera, apedreando un cristal, tirando una valla o rompiendo una farola. No logro comprender qué opera en el mecanismo que enciende esa actitud. Gamberrismo, entretenimiento bárbaro, euforia etílica. Podemos llamarlo así, pero no lo entiendo. Además, no paran.
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