Pueden venir todos los asustaviejas a decirnos que nuestras libertades peligran, que la ultraderecha va a traer el oscurantismo. Ya me veo dentro de 'Entre ... visillos', la novela de Martín Gaite. Y con un pin parental (expresión horrible), que siempre será mejor que la correa parental. La democracia y la libertad hay que alimentarlas, como el amor en el matrimonio y el fuego para las migas. A lo mejor no es la ultraderecha el coco, ya dice Ayaan Hirsi Ali que la historia no va siempre hacia delante, que «en el caso de las mujeres europeas va hacia atrás». Recordemos a ese conductor de autobús francés que no dejó subir a una mujer porque llevaba la falda muy corta. Por supuesto, era musulmán. Leer 'El fin de la fiesta' (Debate), de Rubén Amón, es un buen recordatorio de todas las cosas que damos por hechas, por obtenidas, por seguras. Y que no. En el caso del libro de Amón son los toros, sobre todo si hacemos la comparación con las iniciativas en Francia (la excepción cultural). Mientras, aquí hemos creído que iban a ser eternos. En la plaza de Arlés el público reaccionó al sabotaje fallido de unos antitaurinos cantando en pie 'La Marsellesa'. Imaginen eso aquí. De fachas de siete leguas para arriba.
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El prohibicionismo en los toros es para el Estado meterse donde no le llaman. Inmiscuirse en la madurez de una sociedad. Tiene razón Rubén: atacar la tauromaquia es más sencillo que defenderla, por la simplificación de la cuestión. Es verdad que asusta cómo ha cambiado España. La conmoción en España por la muerte del Yiyo es en la muerte de Iván Fandiño y Víctor Barrio la alegría de todos los que prefieren que muera el torero que el toro. Como diría Ayaan Hirsi Ali, para atrás.
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