Puerta Purchena

Asturias, Almería querida

«¿En qué pensarán los políticos almerienses cuando viajan? Porque viajan, ¡vaya si viajan!»

José María Granados

Periodista

Miércoles, 10 de septiembre 2025, 23:04

Pepe 'El Tomillero' cuenta que una vez pasada la feria cambió la sombrilla plantada en las playas de Cabo de Gata por los montes verdes ... de Asturias en un viaje organizado con detalle, que prometía paisajes de postal, buena comida y frescura norteña. Pero lo que no imaginaba era que la sorpresa mayor no estaría en los lagos de Covadonga ni en los prados infinitos, sino en la mesa del hotel. Allí, por pura casualidad, coincidieron cuatro parejas de Almería: Luis y Loli, José y Paqui, Paco y María y nosotros.

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La escena fue de las que se recuerdan. Bastó una pregunta inocente —«¿Y ustedes de dónde son?»— para que estallara la carcajada: todos paisanos, vecinos de la misma tierra, compartiendo viaje en un rincón tan distinto al propio. La sorpresa se transformó en alegría y, en cuestión de minutos, lo que era un grupo de desconocidos se convirtió en una pequeña familia viajera. «¡Hombre, pues ya que nos ha 'tocao' la misma mesa, brindemos!», dijo Luis. Y entre sidra y fabes, entre historias de feria y referencias a las tapas de la tierra, nació una camaradería que parecía llevar años de rodaje.

A partir de ahí, todo fue compartido: excursiones juntos, risas en el autobús mientras se subía a los lagos, confidencias en las sobremesas, fotos de grupo frente a paisajes que parecían de cuento. Asturias ponía el escenario, pero éramos nosotros -los ocho- quienes llenábamos cada jornada de complicidad y cercanía.

Pepe, que además de disfrutar siempre observa, no pudo evitar fijarse en algo que llamaba poderosamente la atención: la limpieza. Oviedo brillaba. Calles sin contenedores a la vista, aceras impecables, un sistema de recogida que hacía desaparecer de la vida diaria esa incomodidad tan familiar en Almería: bolsas reventadas, olores desagradables, papeleras desbordadas. Allí todo parecía funcionar con naturalidad, como si el cuidado del espacio común fuera parte de la identidad de la ciudad. Y claro, la comparación surgió sola en aquellas charlas de sobremesa. «¿Os imaginaís la Rambla así de limpia?», decía María. «O la Plaza Vieja sin contenedores en cada esquina», añadía Paqui. Todos coincidían: qué distinto se ve lo propio cuando uno contempla lo ajeno.

La reflexión de Pepe fue más allá: ¿en qué pensarán los políticos almerienses cuando viajan? Porque viajan, vaya si viajan. Asisten a congresos, a ferias y a actos en ciudades ejemplares. Pasean por calles limpias y ordenadas. ¿No se fijan? ¿No toman nota? Resulta difícil de comprender que, después de comprobar que la gestión eficaz existe, regresen a Almería y se conformen con lo de siempre: un modelo anticuado, resignado al desorden y al descuido.

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El viaje dejó dos enseñanzas. La primera, humana: la amistad puede nacer en los lugares más insospechados, como una mesa de hotel en Asturias que unió a cuatro matrimonios almerienses, hoy ya inseparables compañeros de recuerdos. La segunda, ciudadana: otra forma de cuidar el espacio público es posible. No es un lujo, es una necesidad que dignifica la vida cotidiana.

De vuelta a casa, Pepe sonrió pensando en los amigos nuevos que habían encontrado: Luis y Loli, José y Paqui, Paco y María. Y al mismo tiempo, al ver el primer contenedor rebosante que le dio la bienvenida a Almería, murmuró: «Será que aquí nos gusta más la foto que el trabajo, porque limpio, lo que se dice limpio, seguimos igual de dejaos. Y si en Oviedo se puede, ¿qué nos falta a nosotros?».

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