¿Química o electricidad?

Armando Segura

Viernes, 1 de agosto 2025, 23:05

Una tercera parte de la población en los países desarrollados vive y muere gracias a la química. A partir de cierta edad, la gente se ... vacuna, se medica, se infiltra y se escanea. Gracias a tanta tecnología, vivimos o morimos según los casos. Luego nos medican con un abanico de fármacos que, al charlar en la cola de la farmacia, descubrimos que todos tomamos lo mismo. Del rey abajo, ninguno deja de tomar algo para la tensión, la ansiedad, el dolor de espalda y las cremas revitalizadoras. A la par, nuestra conducta sexual viene predeterminada por un complejo instrumental, digamos erótico, cuya eficacia debe ser notable dada la baja natalidad que se da en nuestro país. Sólo África consigue alcanzar el nivel de reemplazo. Si quieres concebir, si no quieres concebir, si tienes erección, o no, en cualquier supermercado en América te dan la solución. Entre tanto la DGT advierte de la mortandad de la población; mueren en la carretera y a veces, en el paso de peatones, a efectos del alcohol, de las drogas y de los psicótropos. Las cifras son de escalofrío, pero a la mayor parte de los conductores, no les da ni frío ni calor. Si queremos salvar la vida, no hay más remedio que perderla o confinarse en casa, medida excepcional que ya conocemos. ¡Cuánta salud mental perdida en el año de la pandemia! La pregunta que cabe hacerse ya con seriedad sería: si vivimos gracia a la química, ¿Seremos nosotros mismos un elemento químico? En torno a esta transcendental pregunta se nos ha ocurrido averiguar: ¿cómo el ser humano genera su propia electricidad? También gracias a la química. Cada neurona es similar a una bomba de calor, una bomba de sodio-potasio, en donde el potasio tiende al interior y el sodio al exterior. Cualquier estímulo sensorial abre canales de sodio que cambian los polos de la neurona e inician el flujo nervioso. Aquí no hay casualidad, sino que todo está pensado de antemano y muy bien pensado. Las leyes científicas no las inventan los científicos, ellos, las descubren que ya es mucho. Las leyes que aprueban los parlamentos, todos admiten que las redactan y aprueban los parlamentarios, pero cuando se trata de la ciencia, encontramos que la legislación matemática que, rige el cosmos, nadie se atreve a decir que las pensó un Legislador.

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Una persona es el objeto más complejo que conocemos, y lo más complejo está en que no nos queremos reconocer como objetos, sino que todos defienden los derechos propios de un sujeto libre. Nosotros no somos nuestros órganos ni siquiera nuestro cerebro. Puedo ver una neuroimagen de mi cerebro, pero desde luego no soy eso. Mi historia como persona no es la historia de mi cerebro. Me encanta la IA porque se adapta a mis preguntas y me sigue la corriente. Me pongo a chatear y le pregunto por Brawardine y su doctrina de los números. Me atrevo a preguntar si le parece bien la independencia de Nueva Caledonia. Me responde amablemente que no está hecha para juzgar sino para informar. No distingue el bien del mal, no puede decidir si me conviene la playa o el campo. En resumen, es un gigantesco almacén del que no se ven las paredes. Puedo amarlo como amo a mi afeitadora eléctrica, pero ella no me puede amar pues es sólo un objeto. Qué grande es ser un sujeto libre, o por lo menos, un poco libre.

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