Cuestiones cordiales

Cuando se remite uno a la noción bíblica de corazón, los jóvenes entienden otra cosa que no tiene mucho que ver

Armando Segura

Lunes, 11 de noviembre 2024, 23:48

El papa Francisco ha publicado una Encíclica muy hermosa sobre el amor y a cuya lectura remito con entusiasmo. A la vez que refleja la ... sensibilidad del Papa, muestra un trasfondo antropológico que encaja muy bien con lo que en general, piensa la gente buena y no tan buena. Quede claro que no voy a intentar comentar la Carta. Es un documento magisterial de primer orden y se acoge con respeto y cariño. El trasfondo antropológico de este texto es lo que me interesa desde una perspectiva filosófica y personal.

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Las repetidas referencias a Heidegger indican la coloración existencial de este pensamiento, alejado según parece, de las rígidas premisas del intelectualismo medieval. En todo caso, sintoniza más bien con el estilo franciscano de S. Buenaventura. Pascal escribió que «el corazón tiene razones que la razón no conoce». Dicho por un físico y matemático eminente y no muy cercano a los jesuitas, quizá signifique que, cansado de la frialdad de la ciencia, encontró en el corazón lo que la ciencia no puede dar.

Heidegger realiza una operación racional que es la clave que explica esa avalancha de sensibilidad que inunda tanto discotecas como campos de batalla. Sea por los desastres naturales, por los festivales multitudinarios o por la causa palestina, miles de personas se arriesgan convencidos de que lo que siente el corazón no será científico, pero es verdad.

Esa operación 'a corazón abierto', y con cirugía de precisión, consiste en enviar la razón a la periferia de la persona, mientras que coloca a la sensibilidad y al sentimiento en el centro del ser humano que según la mentalidad hebrea es su corazón.

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Es obvio que hay diversos planos y contextos que se mezclan aquí y que nos llevan del judaísmo y de la Ilustración a la posmodernidad. De todos ellos destacaría el primer Rousseau, defensor de la naturaleza salvaje y crítico de la técnica que se le presenta como enemiga de la Humanidad. Era la época en que empezaba la industrialización en Inglaterra, donde Adam Smith establecía las reglas matemáticas de la economía liberal, al mismo tiempo que escribe un libro sobre los sentimientos morales.

La economía de mercado se basa en una antropología del gusto y si se quiere, del corazón. La oferta se guía por el gusto del consumidor y los caprichos de la demanda determinan la oferta y los precios. La tensión que los jóvenes que vacilan entre el sentimentalismo y el esfuerzo, entre corazón y cabeza, viene a ser la ruta por la que pasamos todos y que sólo se apacigua cuando no nos dejamos llevar por los acontecimientos y emociones, sino que el entendimiento y la voluntad se ponen a trabajar en la vida de cada uno.

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Cuando se remite uno a la noción bíblica de corazón, los jóvenes entienden otra cosa que no tiene mucho que ver. Piensan en la corporalidad, las emociones y la sexualidad y algunos en las experiencias 'místicas' inducidas.

Otro concepto nuevo procedente del sindicalismo, la solidaridad, ya es otra cosa. La solidaridad funciona cuando la cabeza falla, pero los desastres precisan, tras las oleadas solidarias, de mucha planificación y gestión. Los neurocientíficos piensan que las emociones y sentimientos tienen su sede no en el neocórtex, lo que el ser humano añade a la animalidad y que la conciencia no entra en juego cuando los impulsos se desencadenan «inconscientemente».

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A la hora de educar, el esquema antropológico clásico, debe mantener el eje, pensar y querer, aunque el afecto del corazón siempre es el bálsamo que 'engaña' a la sensibilidad del joven asustado ante el esfuerzo.

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