'Violencia de indicativo'

Antonio Ubago

Viernes, 3 de noviembre 2023, 23:12

El concepto de género es gramatical. Escribir 'violencia de género' equivaldría a decir 'violencia de indicativo'. Una pluma es de género femenino pero carece de ... sexo. La banca tiene género femenino pero en ella mandan los hombres. Con arreglo a la proclama literal sobre 'violencia de género', las torturas que comete la policía de un país serían violencia de género femenino (las torturas, la policía), al igual que podría ser denominado este fatídico sintagma como violencia de número y en algunas lenguas, de caso, con cualquiera de los tres accidentes gramaticales porque todos tendrían el mismo sentido en este contexto, ninguno.

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Llevo ya bastante tiempo progresivamente intrigado, lleno de padecimientos y pesadumbre ante la presencia creciente de este sintagma nominal, preguntándome más que si es correcto o simplemente adecuado su uso, de cuyo aspecto nada ambiguo considero, o bien se trata, una vez más, de un caso también de violencia o agresión contra nuestra propia lengua por ignorancia, descuido o desconsideración de nuestro recurso expresivo común.

Son unos veinticinco años de padecimiento, día a día, consciente del uso fraudulento del dichoso término y comprobando que también lo practican hablantes cuya situación cultural y social no debía permitírselo sino hacerles evitar esos usos inadmisibles de la dichosa expresión que en el Congreso sobre la Mujer, celebrado en Pekín en 1995, los traductores de la ONU dieron a gender el significado de 'sexo'. La solución, inmediatamente aceptada por algunos siervos de la lengua inglesa, satisfizo, tal vez, a quienes tienen que vivir en tal contrariedad, y podría ser aceptable si no hiriera el sentimiento lingüístico castellano (y catalán, portugués, italiano, francés, etc.), donde se diferencian muy bien cuestiones tan diferentes como son género y sexo.

Muchas feministas españolas, como tantísimos otros, han llevado su justa lucha al terreno del lenguaje pero despreciando la historia de las palabras y las estructuras de la lengua común. Este desdén lingüístico puede verse en el empeño por emplear la expresión abominable que nos zahiere, pésima traducción del inglés, en lugar de fórmulas más descriptivas y contundentes en español y menos candorosas como, por ejemplo, 'violencia de los hombres' o tantas otras. Mas parece que los argumentos que aportan quienes rechazan o defienden el uso de esta nefasta expresión proceden más del campo de las emociones, las pasiones y las utilidades que del conocimiento lingüístico y la reflexión intelectual cuando la flexibilidad y riqueza de nuestra lengua permite con toda coherencia, sin intenciones prefijadas, otras muchas alternativas: violencia machista, violencia sexual, violencia sexista, violencia contra las mujeres, violencia hacia las mujeres, violencia doméstica, violencia familiar… Elijan los hablantes entre esas posibilidades y alguna otra cuando su sensibilidad o sus prejuicios no les permitan soportar la expresión que por repetición quieren que se fije.

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Una de las razones fundamentales del éxito de cambiar significantes y significados lingüísticos de todo tipo a voluntad, de hacer lo blanco negro y de creer que entre todos los postulados funcionales que mejoran el desarrollo de la humanidad se encuentra el primero de todos, al que deben someterse todas las realidades, todas las palabras, todas las creencias: la transformación en género femenino de todo lo existente e imaginado; muy sencillo, que todo termine en a, muy fácil para que el mundo rebose bienestar: que todo lo existente, sobre todo los términos, terminen en a. Será el trío fundamental de las singulares mandamases Irene Montero e Ione Belarra de Podemos y Yolanda Díaz de Sumar las que con gran probabilidad se encuentren a la cabeza del éxito en esta transformación de lo existente a la primera vocal, auxiliadas con el poder político y la tesis básica, como máximo exponente de su credo, de que lleno el mundo de aes, todo lo demás se nos dará por añadidura.

He dado algunas veces mi opinión en estas mismas páginas sobre este polémico sintagma nominal, uno de los más pertinaces atropellos idiomáticos de las últimas décadas, que me resulta ya tedioso, incluso molesto, volver a hacerlo pero considero que es ahora más necesario que nunca por la contundencia y la progresión con que se presentan erradas afirmaciones al respecto y no voy a claudicar gratuitamente, así como así, antes bien, las energías se me renuevan al leer consideraciones tan fuera de tino sobre la violencia que se ejerce contra las mujeres, especialmente cuando se trata de entidades u organismos con las mayores posibilidades de difusión para comunicar ideas u opiniones dogmáticas pertenecientes más a ideologías interesadas que a la ciencia lingüística y a la historia de la lengua.

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Llevamos ya demasiado tiempo intentando frenar esta aberración lingüística ante su presencia creciente que nos inquieta y perturba, preguntándonos cómo mayor número de usuarios coherentes de nuestro idioma no activan mecanismos que neutralicen este sinsentido al tratarse también de una situación, de un caso de agresión a nuestra lengua sea por ignorancia, descuido, mimetismo, o intereses; usuarios celosos y orgullosos de nuestra lengua universal, vehículo de expresión de los más hermosos pensamientos con las más emocionantes palabras no mancilladas por la vulgaridad, la ramplonería y los intereses creados.

El 'género', sexo en cristiano, y los cansinos desdoblamientos, las engorrosas repeticiones alusivas a los dos sexos son dos cruces innecesarias que nos traen mártires y destrozan el criterio básico de cualquier lengua, la economía, la simplificación y la cordura. Por enésima vez: las personas no tenemos género, tenemos sexo y la violencia o la igualdad las generan las personas, no las palabras mancilladas y grotescas.

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