Decía Tomás Moro que el campo son los pies que sostienen una nación. Parece que el actual ministro de Agricultura no ha leído mucho a ... Moro, si no sabría que la tan cacareada «sostenibilidad ambiental» comienza por cuidar a quien cultiva la tierra, la limpia, la fija y da esplendor a sus cosechas. Labrar y vivir de lo labrado es cosa de superhéroes.
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«No somos más que lo que comemos, y si melones comemos, melones somos», dice un amigo mío médico, antes de precisar que si es melón granadino, mucho mejor, ya que las frutas y verduras de nuestra tierra tienen una calidad excepcional. Para muestra, un botón: no hay espárragos de fuera que le hagan sombra a nuestros trigueros. Tienen una calidad excepcional, y el hecho de estar regados con agua de lluvia (los de países cercanos parecen regados también con lluvia, pero amarilla pipí) influye en que los comas con ganas en lugar de con asco.
A los abogados y a los médicos los necesitamos de higos a brevas, pero a la agricultura la necesitamos a diario en nuestra mesa. Nuestra salud se fragua en el estómago, y prescindir de una fruta o verdura granadina por ahorrarse unas perras es llamar tarde o temprano a la puerta del médico.
Cicerón hablaba del oficio de agricultor como una profesión de sabios, lo que me lleva de nuevo al ministro de Agricultura, que tampoco parece haber leído mucho a Cicerón. Si no, sabría que los agricultores son los Descartes de la tierra: Pienso, luego cultivo.
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La agricultura en Granada es un negocio que vive en continua sequía económica por el abandono institucional. Aunque sus productos forman parte de la dieta más sana del mundo y son muy demandados, lo cierto es que sobrevive como un robinsón abandonado a su suerte en mitad del campo. Sólo el andamio iguala en dureza a cultivar la tierra. De hecho, ambos forman parte del catálogo de trabajos esclavos «Made in Graná». El agricultor es un esclavo de la sequía, del sol de injusticia, de las plagas de los intermediarios, de los políticos y de la PAC ... De sol a sol y de burocracia en burocracia.
Los productos de nuestra huerta tienen fama internacional, pero nunca han sido lo suficientemente valorados por la Administración, que piensa que cultivar es tan fácil como sembrar una semilla en un tiesto y listo. La cosa es más laboriosa y liosa. Las plantas, como las personas, necesitan de mimo para que crezcan y sepan a algo.
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Adónde se dirige el campo granadino es una pregunta sin respuesta. El mercado está inundado de productos agrícolas que saben a nada con aromas a aguas residuales. Sí, más baratos, pero te dejan la lengua insensibilizada y el paladar confuso. No merece la pena.
Epílogo: Los mejores ecologistas van siempre con una azada al hombro.
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