Todos nos merecemos una paga vitalicia simplemente por el hecho de haber nacido en este mundo feliz, y no me refiero a una «paguilla» de ... huérfano existencial universal, sino a un verdadero sueldo capaz de costearnos una vida entregada al dispendio sin necesidad de deslomarnos trabajando. Dicho esto, hay veces que deseo sinceramente que Adán y Eva hubieran sido estériles, porque además de ahorrarse una millonada de descendientes gilipuertas, el planeta habría evitado de paso unas cuantas crisis inflacionarias.
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Aterrizar en este «jardín de las delicias» es estar condenado de por vida a correr cual burro detrás de esa zanahoria de la felicidad que jamás alcanzaremos. Sólo unos pocos la agarran al esprint, pero automáticamente quedan convertidos en hijos intelectuales de Bugs Bunny cuando la prueban: «¿Eso es todo, amigos?». La felicidad, en términos de éxtasis permanente, no existe porque su envase original es un cuentagotas. Si a esto añadimos la panda de mamarrachos que amargan nuestros destinos desde que germinamos como humanos, qué mínimo que un sueldo vitalicio como premio a nuestra resistencia.
El Banco de España tiene en sus manos la posibilidad única en la historia de la humanidad granaína de hacer el milagro de los panes y los billetes y así acabar de un plumazo con la inflación flotante, latente, subyacente y puteante que padecemos. Puede sonar descabellado, pero peor es tener a la gente dosificando el aceite de oliva como si fuera la felicidad, con cuentagotas. Faltan políticos con altura de miras que nos pongan a cuerpo de rey de por vida. Y si son políticos budistas, mejor, porque nos pondrán a cuerpo de rey de por infinitas vidas.
Y hablando de budistas, mi vecino Estanislao anda muy perjudicado últimamente con eso de que todos somos «uno con el universo». Se compró una colección de libros espirituales y es raro el día que no te cierra el paso en la calle para comentarte que nada es bueno o malo, que todo está en la percepción que tenemos de las cosas. O sea, que el disgusto por la sede de la Agencia de IA ha sido en vano, sólo una percepción errónea nuestra.
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Bajo al súper y me convenzo de que lo más importante en la vida es ser uno con un bolsillo lleno. Una botella de aceite de oliva a nueve euros bien merece una revolución social, aunque me temo que la única rebelión de las masas disponible en el mercado es irse al fútbol a pegar gritos.
Los granadinos somos uno con nuestra ruina, por lo que tenemos el mismo derecho que políticos y banqueros a cobrar un sueldo vitalicio y así morar en la suprema perfección.
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