En las primeras líneas de El Quijote, Cervantes hace un repaso del cariño disponible en la vida del ingenioso hidalgo: un rocín y un galgo. ... El can ya no vuelve a aparecer en todo el libro, pero es suficiente para que comprendamos la importancia de este animal en la existencia humana. El amor eterno tiene cara de perro, no de Dulcinea.
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A favor de nuestra especie y en contra de los cánidos, hay que decir que ningún humano suele orinar y defecar por costumbre en las esquinas, salvo que sea usuario del botellón o de fiestas de guardar distancia. Aún así, nos siguen ganando de calle en cuanto a buenos modales, y te pongo un ejemplo de ello definitivo: cuando se toman mucha confianza con nosotros se suben a las piernas en lugar de a la chepa, cosa que sí hacen muchos Homo sapiens granadinos.
Cuanto más conoces a las personas, más quieres a tu perro. Lo dijo Lord Byron y también la Niña de Antequera en aquella copla responsorio dedicada a su can derribado de un disparo en el coto de Doñana: un perro entrañable de olores a tomillo y a romero al que un criminal segó la vida por capricho. Mala gente hay hasta en las canciones.
Dice mi vecino Jesús Manuel en un alarde de sentimentalismo que prefiere criar perros en lugar de hijos. Lo dice mi vecino y lo dicen las estadísticas: En España hay 6 animales de compañía por cada niño. La gente ya no aspira en la vida a plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Se conforma con comprar un poto, leer el prospecto de los medicamentos y tener una mascota. O sea, que hay quien prefiere la compañía de un chihuahua de enigmática mirada a convivir con esa orquesta emocionalmente desafinada que algunos llaman hijos. Por algo será.
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El metro de Granada ha abierto sus puertas de par en par a los canes de asistencia. Hay granadinos que se oponen a tal medida, pero a mi me gusta. De hecho, yo sólo prohibiría la entrada en los vagones a los cerdillos, es decir, a los padres de esos pedos huérfanos en forma de racimo que arrasan como si fueran bombas invisibles. Y ya que estamos en familia, también impediría el paso a los que usan «Eau de sobaco» como una abrumadora forma de entender la higiene personal.
Decía San Francisco de Asís que los animales eran sus amigos y que no comía carne porque él no se comía a sus amigos. Yo tampoco me comería a mi perro, pero sí le cedería el asiento en el metro. Se lo ha ganado a pulso.
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Epílogo: el «perrímetro» del corazón de una persona se mide por su amor a los animales, incluyendo los de dos patas.
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