Tuve la suerte de tener unos maestros que moldearon mi infancia con conocimientos y afecto. Me enseñaron no sólo a leer, sino a amar la ... lectura, por eso nunca faltaba a las clases magistrales y divertidas de esa profe televisiva que se llamaba Gloria Fuertes. Había ocasiones en las que ella aparecía vestida con un uniforme escolar, bucles en el pelo y pecas pintadas con rotulador, recitando esta poesía: «Yo voy a una escuela muy particular, cuando llueve se moja como las demás. Yo voy a una escuela muy sensacional, si se estudia, se aprende como en las demás. Yo voy a una escuela, muy sensacional, los maestros son guapos y las maestras lo son más. Cada niño en su pecho va a hacer un palomar, donde se encuentre a gusto el pichón de la paz. Yo voy a una escuela muy sensacional». En definitiva, para la gran poetisa, la escuela era un segundo hogar.
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Recuerdo las vueltas al cole de aquellos años. Objetivamente, menos sofisticadas que las actuales. En primer lugar, porque los niños solían lucir la ropa que a sus hermanos se les había quedado pequeña. Iban completamente remendados con aquellas hermosas rodilleras, coderas y zurcidos que las madres tan primorosamente bordaban con el hilo de la precariedad económica. Los libros de texto eran incunables sagrados que habían pasado de generación en generación sin que nadie se planteara jubilarlos, y el material escolar era el justo y necesario para los que ya sabían hacer la «o» con un canuto.
Los maestros podían hablar con los padres, que respetaban la figura del enseñante, y los padres estaban interesados en la educación de sus hijos, no en increpar al docente a las menores de cambio. Los niños eran niños, la mayoría mal criados en lo material, porque había poquito parné en las casas, pero tenían vocación de obediencia. Un buen profesor era un maestro en todos los sentidos, un segundo padre, no un cero a la izquierda de la pizarra.
El maestro es un mentor y guía que humaniza el conocimiento, no un simple transmisor de información, infalible, dispuesto a soportar las estaciones de penitencia que hagan falta: desde el precario sueldo a los surrealistas programas educativos, pasando por los niños asilvestrados que deberían ser educados en un zoológico más que en una escuela. Hay críos que pasaron de bebés a tiranos que van a la escuela. Los sufren sus compañeros de clase, pero especialmente los nervios de los docentes.
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Epílogo: El maestro enseña a los niños a sumar conocimientos y valores. La pregunta es, ¿qué se enseña a los niños en sus casas?
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