Es muy raro, raro, raro –que decía Papuchi– encontrar un gobierno que no sea un experto en economía-ficción, la rama de esta disciplina que ... explora las vías de la imaginación, rompe con la realidad y plantea un escenario ideal de prosperidad y abundancia administrado desde Jauja. El modelo a seguir no es el keynesiano, sino el del país de las maravillas.
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En nuestro país, la cosa comenzó con Aznar y su «España va bien», un concepto de economía-ficción moderado que ZP sustituyó por el hilarante «Estamos en la Champions League de las economías». Sánchez aprovechó el pase y ha conseguido chutar como un balón al espacio sideral su «España va como un cohete». Ninguna de las tres afirmaciones guarda parentesco con la verdad de los datos, ya que las fantasías macroeconómicas explotan como una pompa de jabón cuando chocan contra el realismo poco mágico de la microeconomía, o sea, contra la economía de la calle.
No hay inflación que cien años dure, ni familia granadina que lo resista. La economía está en ese puntito muerto (que ya huele) que los más realistas llaman «recesión», los más optimistas «ajuste fino», y los más pesimistas –optimistas bien informados– «vacas flacas». El lenguaje económico es tan perverso y mentiroso como un hijo fruto de Pinocho y Cruella de Vil. Como muestra, un botón. Dicen los expertos de la excelsa Escuela de Fantasías Económicas de Ayer y Hoy, dependiente del Gobierno, que el 2026 vendrá como Papá Noel viene siempre, cargadito de vodka hasta las cejas y con regalitos en forma de síntomas de recuperación económica. Detengámonos de nuevo en el perverso, enigmático y pinochesco lenguaje de los economistas... ¿qué son «síntomas de recuperación»? Yo creo que ni ellos lo saben, simplemente se siente interesantes hablando así.
Si las cifras entendieran de personas, seguramente escogerían las palabras con más cuidado. El vocablo «desocupado», por ejemplo, es una manera muy engañosa de describir el drama que supone estar desempleado, o sea, angustiado. La economía-ficción está diseñada para disimular la precariedad de las clases medias venidas a menos y de las clases bajas-hundidas en la miseria. Las familias que buscan en los contenedores o acuden a Cáritas no son «familias en el umbral de la pobreza» –como así las denominan esos poetas cursis que desde el poder adornan y maquillan las tragedias con eufemismos–, sino personas a las que el Estado ha abandonado.
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El último informe de la Red Europea contra la Pobreza (EAPN) viene a decir que Andalucía está mejor, y peor que se va a poner. O sea, nada. De todas las miserias, la peor es la moral. Recuerdo la frase de un político (que no nombraré porque es gafe) en el umbral de la riqueza –o tal vez en el de la inmoralidad– que declaró tener dificultades para llegar a fin de mes ganando alrededor de 6.000 pavos al mes. Prefiero a los economistas profesionales, ellos –sin querer– hacen daño con los datos, pero nunca con la palabra.
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