Pablo Iglesias: ética y política

Notas con motivo del centenario de su merute

Antonio María Claret García

Sábado, 18 de octubre 2025, 23:19

Próximo ya a la ancianidad evocaba Antonio Machado uno de los recuerdos decisivos de su infancia. En 1889, de la mano de su padre, asistió ... a un mitin en los jardines del Retiro. Entre los oradores sólo uno, Pablo Iglesias, dejó huella en él. «Las palabras encendidas» del líder socialista causaron un hondo impacto en aquel niño de trece años, que muchos años después escribiría: «Al escucharle hacia yo la única honda reflexión que sobre oratoria puede hacer un niño: parece que es verdad lo que este hombre dice […] la voz de Pablo Iglesias tenía para mí el timbre inconfundible —e indefinible— de la verdad humana».

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Las sociedades, dice Virgilio Zapatero, se nutren de olvidos y recuerdos. Pero no es inocente lo que, en cada caso, se recuerda y lo que se olvida. Sin duda, quienes con la pluma o la imagen recuerdan este o aquel acontecimiento, a este o aquel personaje están promoviendo unos determinados modelos sociales.

Este es el caso de la Sociedad Fabiana Española que, fiel a su vocación de pedagogía social, ha decidido conmemorar el centenario del fallecimiento de Pablo Iglesias con una gran exposición sobre su vida y su obra (Pablo Iglesias. Ética y Política, Centro Cultural CajaGranada, 17 de octubre a 9 de diciembre de 2025), pues, en nuestra opinión, como ya señaló don José Ortega y Gasset, «Pablo Iglesias tiene derecho a que su vida sea contada como un ejemplo que merece imitación, cualquiera que fuere la aquiescencia que a sus opiniones se presta».

De origen muy humilde, Pablo Iglesias nació en El Ferrol el 17 de octubre de 1850. Contaba diez años cuando su padre (peón municipal) falleció y la familia emigró a Madrid, donde la madre se ganó la vida como lavandera en el río Manzanares, mientras que Pablo y su hermano Manolín ingresaron en el hospicio. Allí aprendió el oficio de tipógrafo, que ejercería desde los trece años en diversas imprentas madrileñas.

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En 1868, aprovechando el periodo de mayor tolerancia que siguió a la revolución de septiembre, en España se crearon lo primeros núcleos de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) en Madrid y Barcelona. Pablo Iglesias se unió a la sección madrileña de tipógrafos en marzo de 1870. Un año después aparecía el semanario La Emancipación como órgano de la Federación madrileña e Iglesias, José Mesa, Francisco Mora y otros redactores del periódico fueron elegidos miembros del Consejo Federal. Sin embargo, el grupo marxista de La Emancipación –muy influenciado por Paul Lafargue, yerno de Marx– era minoritario en España y la mayoría anarquista los expulsó de la Federación Regional Española de la AIT.

Pablo Iglesias dirigió entonces sus inquietudes hacia una organización gremial: la Asociación General del Arte de Imprimir –la cuna de un gigante, que diría Morato– ingresando en ella en mayo de 1873, seis meses después ya era presidente de la junta directiva, cinco de cuyos miembros habían pertenecido al grupo marxista de la Internacional. Bajo su dirección la Asociación adquirió una actitud mucho más reivindicativa y, tras el éxito de la huelga de tipógrafos de 1882, creó la Federación Tipográfica Española incorporando sociedades obreras de catorce provincias, entre ellas la Asociación del Arte de Imprimir de Granada que, rodando el tiempo, estaría representada por Iglesias en el Congreso fundacional de UGT.

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Pero, no era suficiente, el joven tipógrafo consideraba que aún había que hacer más y el dos de mayo de 1879, en la fonda Casa Labra, junto a la Puerta del Sol, con un reducido grupo de veinticinco personas (dieciséis tipógrafos, dos joyeros, un marmolista, un zapatero, cuatro médicos y un doctor en ciencias) fundó el Partido Socialista Obrero Español, organización que Iglesias dirigiría hasta su muerte. Algo más tarde (1888) participó en la creación de la Unión General de Trabajadores, inicialmente presidida por Antonio García Quejido y desde 1899 por el propio Pablo Iglesias. Dos años antes había creado un periódico, 'El Socialista', como medio para difundir sus ideas y cohesionar una organización que, en palabras de López Estudillo, se desarrollaba «a paso de carreta». Pablo Iglesias fue designado director del semanario con un mínimo salario. Su dedicación era tal que componía los tipos, escribía la mayoría de los artículos y, falto de recursos, dormía en la propia redacción del periódico, donde, tras una cortina, se le habilitó un pequeño espacio con una cama y una estantería para los libros. En aquellos momentos iniciales, debido a su precariedad fue necesario hacer una colecta entre los amigos para comprarle una capa con la que protegerse del frío madrileño.

Iglesias no fue un teórico del socialismo, un obrero autodidacta difícilmente podía serlo, fue un político y organizador con un inquebrantable estilo moral tanto en su vida pública como privada.

Dos obsesiones gobernaron su existencia. Una, la emancipación de la clase trabajadora, que él consideraba que se realizaría a través de la toma del poder político por el proletariado. Para ello creo un partido y un sindicato obrero, encauzando el conflicto social a través de las instituciones, pero negando (hasta finales de 1909) cualquier posibilidad de acuerdo con los partidos burgueses, incluidos los republicanos más avanzados. Firme en sus convicciones democráticas y celoso de la autonomía del socialismo español, no se dejó llevar por los cantos de sirena de la revolución rusa. Su apoyo a la posición política de Fernando de los Ríos fue esencial para que el PSOE no entrase en la III Internacional.

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Otra, la regeneración moral de los obreros. Era recurrente en sus giras de propaganda aconsejar a los trabajadores que se alejaran de la taberna y del vicio, que respetasen a sus mujeres y a sus familias y que se instruyeran, pues –decía– si al obrero se le considera una clase inferior es por falta de cultura, no porque no tenga tanta capacidad y cerebro como el rico. Esta permanente actitud pedagógica llevó a su biógrafo, Juan José Morato, a referirse a él como: «educador de multitudes».

Tras una larga vida dedicada por entero a los demás, «el abuelo», como cariñosamente se le sigue llamando, falleció el nueve de diciembre de 1925. Una ingente multitud de 250.000 personas, nunca vista antes en Madrid, acompañó el sepelio hasta el cementerio civil. Entre la muchedumbre caminaban silenciosos, recogidos dentro de sí mismos, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos, éste rompió el silencio para poner el broche a una vida ejemplar, «dos hombres –dijo dirigiéndose a su acompañante– han revolucionado por igual la conciencia española: don Francisco Giner y Pablo Iglesias. ¿No lo cree usted?».

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