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Tribuna

Verano

Sufrimos por los incendios de este verano que destruyen vidas humanas y casas, animales y especies vegetales, pero debemos saber que son la consecuencia de un modelo social y económico que no cuida la naturaleza.

Ana Moreno Soriano

Sábado, 30 de agosto 2025, 22:30

Parafraseando a Charles Baudelaire, ser sublime sin interrupción supone un esfuerzo constante y, seguramente, un objetivo imposible de alcanzar, porque los seres humanos nos movemos ... en contradicciones e, igual que no somos siempre sublimes, tampoco podemos estar siempre sufriendo, ni ser felices ininterrumpidamente. Vamos de nuestro corazón a nuestros asuntos, no por interés –y mucho menos por frivolidad- sino porque necesitamos hacer la compra y la comida, cuidar a las personas que queremos, hablar con las amigas, leer un libro, reír, cantar… Somos todo eso y también el mundo que nos rodea y del que formamos parte –la realidad que nos influye y nos construye–, y nos situamos, según nuestra conciencia, en un contexto histórico que nos interpela y nos exige una respuesta, porque tenemos una responsabilidad y porque muchas personas, entre las que me encuentro, no queremos abandonar toda esperanza, como Dante a las puertas del Infierno.

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Pero es cierto que la vida se ha convertido en un infierno en muchos lugares de nuestro entorno, más o menos lejano. Contamos cada día con dolor las muertes por el hambre o por las bombas en Gaza; asistimos a concentraciones, caceroladas y manifiestos en los que señalamos a Israel y a Estados Unidos culpables del genocidio, pero pasan los días y en Gaza hay niños y niñas que mueren por conseguir un plato de comida, mientras Estados Unidos e Israel planean su expulsión definitiva y la conversión de su territorio en una zona de recreo para ricos, según el vídeo generado con Inteligencia Artificial y difundido hace un mes.

Las imágenes de las llamas en nuestros montes y en muchos de nuestros pueblos también forman parte, por desgracia, del paisaje de este verano. Que cada año las olas de calor sean más intensas y frecuentes es uno de las expresiones del cambio climático, como lo son también la subida de la temperatura del mar o la reducción de los glaciares, con consecuencias terribles para la vida, para la habitabilidad del planeta.

Sufrimos por los incendios de este verano que destruyen vidas humanas y casas, animales y especies vegetales, pero debemos saber que son la consecuencia de un modelo social y económico que no cuida la naturaleza, que no invierte en prevención, que desprecia el campo y trata de dar respuesta a las necesidades de la población, intensificando los cultivos en menos tierra y el ganado en macrogranjas, pero deja sin cuidado el monte y convierte a las ovejas en sujetos pintorescos de un paisaje.

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Está bien que, junto a la preocupación por los miles de hectáreas quemadas, salte a la opinión pública el abandono del medio rural, un éxodo que solo revierte de manera testimonial, porque la gente se sigue concentrando en las grandes ciudades, mientras los pueblos siguen perdiendo habitantes. La contradicción entre campo y ciudad no es nueva, pero es lamentable que el progreso mal entendido y las nuevas formas de vida estén condenando al olvido todo lo que es bueno y se debe aprovechar de otros tiempos, porque es mucha la sabiduría de la gente del campo, capaz de interpretar y responder a las señales de la tierra, una sabiduría que se está perdiendo porque lo que no se nombra no existe.

Y el verano nos hace sufrir por el fuego, por todos los fuegos que no se extinguen fuera y dentro de nuestras fronteras, con el dolor que provocan, con la nostalgia del deseo de los veranos de nuestra infancia, cuando éramos felices por inconscientes y nos bastaba con un trozo de calle para jugar. Pero ahora tenemos conciencia y conocemos las causas y las consecuencias de los incendios, de las guerras, de la muerte. Por eso, debemos tratar de construir un mundo otro que, ni por un instante, sea la antesala del infierno. Y quizás no podamos ser felices sin interrupción, pero sabremos que lo estamos haciendo bien.

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