Siberia
No encuentro ese abandono, no obstante, ni en los poemas de Luis Cernuda, que se sigue aferrando al amor y a la belleza, ni en la novela de Felipe Alcaraz que, como otras que ha escrito, es una novela de amor, (...)
Dice Felipe Alcaraz, en una entrevista reciente, que la literatura también sirve para señalar la cercanía del abismo, que siempre es situarnos en las contradicciones ... de un momento histórico; eso pensaría también Miguel de Cervantes, cuando escribió El Quijote y dio vida a un personaje que afirma su voluntad de ser frente a una realidad alienante y deshumanizadora, que no quiere ser un espectador del desorden del universo, sino un artífice de su propio destino y sale, de su patria y de sí mismo, a pelear contra los molinos de viento.
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El abismo de ahora es la ausencia de los grandes relatos que han movido a la Humanidad para conquistar derechos y avanzar con esperanza hacia la utopía, para dar sentido a la lucha, para sentirnos parte de un proyecto colectivo y Siberia, la última novela de Felipe Alcaraz, está situada no en un lugar geográfico -a pesar del título- sino en un momento de la lucha de clases, el momento en el que el postmodernismo se presenta como alternativa o superación de las décadas anteriores, como una especie de ajuste de cuentas con el proyecto emancipador y revolucionario de la Modernidad, especialmente con el Movimiento Obrero marxista del siglo XIX y ofrece una forma de vivir individualmente que es tremendamente útil al capitalismo actual, porque no tiene en cuenta la Historia, ni de dónde venimos ni a dónde queremos llegar; porque cambia la razón por la sensibilidad y la verdad por la posverdad y porque pone el acento en las pequeñas diferencias, en las consecuencias que no cuestionan las causas.
Es ahí donde viven los personajes de Siberia, hombres y mujeres que han luchado durante décadas y sienten la extrañeza de un mundo que ya no avanza hacia la utopía, sino que trata, como mucho, de mantener algunos de los principios y algunas de las conquistas que tanto costaron a generaciones anteriores: son esos hombres y mujeres que entendieron con el Manifiesto Comunista de Marx y Engels que la historia de todas las sociedades es la historia de la lucha de clases y que el verdadero resultado de la lucha no es el éxito inmediato, sino la unidad de la clase obrera; que saben que las ideas no viven sin organización y que ésta no puede ser sustituida por todas las formas de comunicación al uso. Son conscientes de la derrota, pero, de ninguna manera, quieren parecerse a los vencedores, a su forma de vivir, a su discurso y a sus principios basados en la explotación y el dominio y conscientes, también, de que el precio a pagar por no homologarse a la norma del sistema puede ser la soledad o la desolación, recordando La desolación de la quimera, el libro de Cernuda tan presente en las páginas de Siberia.
La desolación es la destrucción de algo y la acción y efecto de privar de todo consuelo: destruir una quimera es devolvernos a la realidad porque la quimera es una fantasía, pero también privarnos de una ilusión; por eso, y aunque no haya ningún fundamento etimológico, a mí la palabra desolación me sugiere soledad y frialdad, abandono de toda esperanza. No encuentro ese abandono, no obstante, ni en los poemas de Luis Cernuda, que se sigue aferrando al amor y a la belleza, ni en la novela de Felipe Alcaraz que, como otras que ha escrito, es una novela de amor, un amor sin posesión ni dominio, que rompe los esquemas del amor romántico y se convierte en instancia crítica contra el capitalismo y el patriarcado. Amor y belleza en la épica de resistencia, sobre todo de las mujeres, en su espera activa, en su determinación por contar la Historia; en la voluntad de amarse para ser más fuertes desde la ternura, para encarar la vida en sus distintas etapas, para volver a la memoria; en contemplar una puesta de sol como el triunfo de un nuevo día, leer un poema, mirar un cuadro… Para mí, son signos de esperanza y me dicen que, a pesar de todo, hay un mundo que ganar.
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