Rosalía de Castro y las literatas

Mañana es, por lo tanto, un día para reconocernos y encontrarnos en los textos: para recordar y resarcir a las mujeres silenciadas e ignoradas durante siglos y que son nuestra memoria; para valorar la conquista, no sin dificultades, del derecho de nombrar y de nombrarnos, de ser sujetos y no objetos literarios y para celebrar, como ha dicho la escritora Marta Sanz, comisaria de la edición de este año, la expresión del gozo, la alegría y la risa que tienen bastante de transgresión en una sociedad que sigue exigiendo de las mujeres, según la educación recibida durante siglos, comedimiento y abnegación por encima de todo.

Y desde esa conciencia de los avances conseguidos y de las conquistas pendientes, es bueno pensar en aquellas que escribieron en condiciones adversas: a las que sencillamente se les quitó la palabra, a las que tuvieron que disimular e incluso adoptar un seudónimo, a las que acudieron a la autoridad de un maestro, confesor, etc., para rebajar sus pretensiones y a las que pagaron con la soledad, con su vida o con su salud la osadía de poner por escrito lo que pensaban y sentían.

Por eso, quiero recordar hoy un texto de Rosalía de Castro, publicado en el año mil ochocientos sesenta y seis: se trata de 'Carta a Eduarda', remitida por Nicanora y que es una muestra del intercambio epistolar entre dos amigas que, según dice la autora gallega, encontró casualmente en un paseo por las afueras de la ciudad; utiliza este recurso literario y expresa, por medio de una ficción y en tono irónico, lo que considera una tremenda injusticia: la escritura es cosa de hombres y es tremendo empeño luchar contra lo que parece evidente. Si para los hombres escribir es algo natural, para las mujeres es «una cara ilusión ardientemente acariciada»; ellos presumen de sus escritos y de su cultura literaria sin ningún pudor, mientras ellas miran los libros con respeto y se exigen orgullo literario y sentimientos para plasmarlos en un texto; si la escritora recibe algún tipo de reconocimiento, bien está, pero si no es así, no deja de ser una marisabidilla, fatua, pedante, que nunca está a la altura por loca, extravagante, insoportable y rara y que mejor estaría zurciendo calcetines y dedicada a los asuntos domésticos. Dice que la mayoría de los hombres miran a las literatas peor que al diablo, pero hay algunos que superan esos prejuicios y valoran lo que escribe su mujer, hasta el punto de apropiárselo y estampar su nombre debajo, pero, en cualquier caso, que una mujer escriba la pone bajo sospecha, condiciona su vida, su nombre, sus relaciones familiares, la hace responsable del proceder de su marido y de sus hijos y la expone a cualquier opinión. Llegada a este punto, Nicanora le pide a Eduarda que reflexione sobre las desgracias que sufren esas mujeres tan osadas y que expone, negro sobre blanco, a lo largo del texto… Ha pasado más de siglo y medio, desde que Rosalía se enfrentó a los prejuicios de su época, denunció la situación y reivindicó su derecho a escribir; es de justicia reconocer que, gracias a ella y a otras muchas, mañana podemos conmemorar el Día de las Escritoras.