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Opinión

La memoria y la infancia

Y los días de la infancia vuelven una y otra vez para recordarnos esa especie de paraíso donde todo era esperanza, porque todo estaba por venir.

Ana Moreno Soriano

Jaén

Sábado, 14 de septiembre 2024, 23:01

Dice Louise Glück, premio Nobel de Literatura en dos mil veinte, que miramos el mundo una vez, durante la infancia, y que el resto es ... memoria; desde luego, en su universo poético gravita su infancia y el aprendizaje de aquellos años, incluido su acercamiento a la mitología clásica en las lecturas con su padre, esos mitos que ella funde después en sus poemas con lo cotidiano, para convertir en universal una vivencia individual. La poesía de Louise Glück es de una belleza dura, traspasada por la experiencia del dolor que analiza de forma tan sencilla como profunda, contenida sin duda, pero sin miedo a nombrar lo que siente.

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Creo que he pensado en la poeta norteamericana, porque estamos en septiembre, a principios de curso académico, y estos días son siempre para mí un tiempo de memoria; un tiempo de memoria y de nostalgia. Vaya por delante que yo, junto a la nostalgia del pasado, del camino recorrido hasta ahora, practico la nostalgia del futuro que es imaginar las cosas que están por venir, soñar lo que quiero que sea y trabajar para que se haga realidad. Pero está claro que, al recordar el pasado, la infancia me asalta en cada recodo del camino y eso se hace más evidente a medida que cumplo años; cuántas anécdotas y detalles que durante años pasan desapercibidos, se hacen presentes de pronto en un paisaje o una canción: en la vuelta al colegio que revivo con el olor de los libros y los lápices nuevos; en la alegría de reencontrar a las amigas de la infancia y en la emoción que siento si alguien me dice que estoy reproduciendo un gesto de mi padre o una palabra de mi madre…

Es el tiempo vivido, visto a la luz de la conciencia de ahora, porque no nos bañamos dos veces en el mismo río, como dijo Heráclito; crecemos, maduramos, acertamos y nos equivocamos en nuestras decisiones; somos otras personas y encontramos otros ríos, pero nuestra experiencia está formada por todas las imágenes, los sentimientos y las voces que nos acompañan en cada jornada de la vida. Y los días de la infancia vuelven una y otra vez para recordarnos esa especie de paraíso donde todo era esperanza, porque todo estaba por venir: los años de vida que teníamos por delante, la promesa del conocimiento que intuíamos con las primeras letras; la música, los colores, los olores, los sabores y el tacto que nos proporcionaban nuevas sensaciones y nos hacían partícipes del mundo que nos rodeaba; esa infancia-paraíso, en la que teníamos, sobre todo, la seguridad y el amor de nuestros padres que eran jóvenes y fuertes, felices también ellos por compartir proyectos de futuro.

Siento nostalgia del pasado y me gusta volver a la memoria y releer esas páginas. Pero la nostalgia del futuro está constituida también por sueños y deseos y lo mismo que, cuando era joven, pensaba que era artífice del mundo que estaba en construcción, ahora que he cumplido varias décadas, no renuncio a la utopía ni quiero renunciar a seguir poniendo mi grano de arena en un mundo otro, en el que todas las personas vivamos mejor, en armonía con la naturaleza, sin explotación y sin dominio; estoy en contra del sistema de poder que acumula riqueza cada vez en menos manos y condena a la pobreza a millones de seres humanos; un sistema que solo homologa democracia con capitalismo, tan perverso que utiliza la mentira y manipula la verdad para conseguir sus objetivos, hasta el punto de presentar como 'anti-sistema' lo que son, sencillamente, distintas expresiones políticas del capital; un sistema que nos coloca a las puertas del infierno cuando nos invita a abandonar toda esperanza… Decía que la infancia es el paraíso, porque es el lugar y el tiempo de la esperanza y por eso regreso a los paisajes, a los rostros, a las voces y a los abrazos de la memoria: para no olvidar, para seguir soñando y para seguir luchando por los sueños.

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