Así empieza uno de los poemas de Bertolt Brecht que es, para mí, uno de los escritores imprescindibles, desde que hace casi cincuenta años, lo ... citaba Felipe Alcaraz en sus clases de Lengua y de Crítica Literaria en el Colegio Universitario de Jaén: hablábamos sobre ciencia e ideología a propósito de su obra Galileo Galilei, del teatro épico con su efecto de distanciamiento para pensar y entender lo que ocurre más allá de la escena; leíamos y comentábamos Madre Coraje o El círculo de tiza caucasiano y El circulito de tiza, la historia de la muñeca abandonada que escribió Alfonso Sastre como homenaje a Bertolt Brecht y yo aún no lo sabía, pero aquella forma de explicarnos el mundo se llamaba marxismo y me sigue acompañando desde entonces; por eso, sigo aprendiendo y reflexionando con la obra del escritor alemán al que vuelvo con frecuencia para recordar, por ejemplo, que la poesía sirve para hablar de los tiempos sombríos, pero también de los tiempos futuros de amor y amistad; para afirmar que la Historia la escriben los pueblos de forma colectiva, aunque en los libros aparezcan nombres individuales; para saber que el aprendizaje tiene que comenzar entre los hombres, porque sin ese conocimiento no se puede llevar a cabo la lucha de clases o para analizar las cinco dificultades para decir la verdad.
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Bertolt Brecht es, sin duda, uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX, un gran poeta y autor de una prosa que brilla por su estilo didáctico y dialéctico. Nació en Ausgburgo en mil ochocientos noventa y ocho y murió en Berlín Oriental a los cincuenta y ocho años, tras una vida intensa como escritor que luchaba por una transformación social, contra la barbarie del nazismo, contra las formas de vida, la ideología y la concepción artística del capitalismo. Consciente de la lucha de clases y siempre del lado de las clases explotadas, decía de sí mismo que estaba perseguido por buenas razones y que se le acusaba «de pensar de un modo bajo, el modo de pensar de los de abajo».
Hace unos días, el diez de febrero, se cumplían ciento veintiséis años de su nacimiento y quiero recordarlo con uno de sus poemas titulado 'Loa a la duda', en el que aconseja ir a la Historia para comprobar que las verdades presentadas como inapelables e inamovibles no son tales y que el mundo cambia, cuando cuestionamos lo existente y empezamos a construir alternativas. Estoy de acuerdo y pienso que es bueno dudar, dudar de lo establecido, preguntar y preguntarnos para ser cada vez más conscientes de lo que somos, de lo que el poder quiere que seamos, de lo que podemos ser… Pero se trata, claro está, de reflexionar para decidir y por eso, el poeta habla de dos tipos de personas: se refiere a los irreflexivos que nunca dudan, a quienes deciden sin reflexionar, porque no lo necesitan, dado que su juicio siempre es infalible y, más que en los hechos, creen en sí mismos; habla también de los reflexivos que nunca actúan y se quedan en opiniones retóricas, respetuosas y perfectas en su equidistancia, pero carentes de todo compromiso, quienes dudan no para decidir, sino para eludir la decisión; para los primeros, la duda es una debilidad y para los segundos, una desesperación. Sin embargo, la duda es una fortaleza y una esperanza cuando, a partir de la duda, nos hacemos preguntas, buscamos respuestas y actuamos, de acuerdo al objetivo estratégico que nos hemos marcado.
Bertolt Brecht nos anima a dudar porque dudar es rechazar las creencias, decir no a supuestas verdades eternas y comprender que las cosas no son tan claras como parecen, aunque esa claridad tenga como soporte-coartada la naturaleza, la vida o la razón. Como dice en estos versos: «la más hermosa de todas las dudas/es cuando los débiles y desalentados levantan su cabeza/ y dejan de creer/ en la fuerza de sus opresores».
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