Dar y regalar
Los regalos hacen felices a quienes los dan y a quienes los reciben (...) por la relación de complicidad que se establece entre quien recibe y quien da y que, desde luego, va más allá del objeto en cuestión.
Uno de los orígenes etimológicos de la palabra 'regalo' está en el adjetivo latino de dos terminaciones 'regalis, regale': significa «real, regio, digno de un ... rey» y se refiere a las ofrendas y obsequios que se les hacían a los reyes, aunque sabemos que no siempre se harían de buena gana, sino por obligación y temor en muchos casos y como un intento de 'do ut des' en otros. En el refranero popular hay un dicho bastante mordaz -el que regala bien vende, etc.- que a mí no me gusta nada, porque sé que hay muchas personas con una gran capacidad de entrega, dispuestas a hacer favores -y regalos en el más amplio sentido de la palabra- sin obtener a cambio otro beneficio que no sea sentirse bien con ellas mismas.
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El significado de esta palabra ha evolucionado, pero ha quedado impregnada de su origen etimológico y, por esa razón, regalar parece ser la forma más excelsa y exquisita de dar; sin embargo, hay regalos impersonales, regalos en serie, que son parte de los convencionalismos y aunque no haya que despreciarlos, no suscitan emoción porque no parten del don y la entrega; los que sí lo hacen, tanto en sentido materia como un bien moral, son siempre un motivo de alegría y reconocimiento y expresan el deseo de agradar con una muestra de cariño. Los regalos hacen felices a quienes los dan y a quienes los reciben, unas veces porque el regalo es algo que nos gustaría tener o incluso nos hace falta; otras, por la sorpresa que nos depara y siempre, por la relación de complicidad que se establece entre quien recibe y quien da y que, desde luego, va más allá del objeto en cuestión. Y comprendo que no es fácil en una sociedad de consumo donde acumulamos tantas cosas acertar con el regalo adecuado que guste y sorprenda, pero una pequeña frustración no debe invalidar el sentimiento de pensar que si alguien nos hace un regalo es porque le importamos y que nos está dando, no solo un objeto envuelto en papel decorado, sino el tiempo, la palabra, la sonrisa y una interrogación en la mirada para saber si ha acertado y tiene que poner más atención la próxima vez.
El día seis de enero es un día para regalar. Según el Evangelio de San Mateo, unos magos de Oriente fueron a ofrecerle sus regalos al rey de los judíos que había nacido y se encontraron a un niño en un pesebre; esos magos, que hemos convertido en Reyes, son los que vienen cargaditos de juguetes, según el villancico popular, para todas las niñas y para todos los niños y, por extensión, llevan sus regalos a familiares, amigas y amigos que quieren compartir la alegría de dar y recibir.
También el día seis de enero es un día para la nostalgia; pongo rostros y palabras a distintas fechas a lo largo de mi vida: la carta a los Reyes que escribíamos con un lápiz sobre el cuaderno de rayas en la mesa camilla, la cabalgata en el pueblo con la nariz enrojecida por el frío, la sonrisa de satisfacción de mis padres cuando me despertaban para darme los juguetes, los juegos con las amigas… la infancia siempre recordada y revivida años después de la mano de mi hija y de mi hijo, con quienes volví a repetir los mismos ritos y, si de niña fui feliz e hice feliz a mis padres con la ilusión del día de Reyes, más feliz incluso he sido y sigo siendo como madre. He olvidado alguna pequeña decepción y he marcado en mi memoria cada juguete, cada cuento, cada caramelo, cada obsequio dado y recibido, con una palabra, una sonrisa, un beso, en definitiva, con todas las expresiones de ternura que hacen más precioso y preciado cada regalo. Vuelvo a pasar por el corazón todos esos momentos y, mientras pasa la cabalgata de los Reyes Magos, pienso en las mañanas del seis de enero, siempre dulces, luminosas y alegres, con sorpresas y sonrisas, con asombro y esperanza… Será que, por encima de todo, hay ternura para dar y regalar.
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